El poeta Boris Rozas en Salamanca (2014) | Foto: José Amador Martín


OPINIóN
Actualizado 28/06/2016
Redacción

Alfredo Pérez Alencart escribe sobre 'La senda de las espigas', antología del vallisoletano Boris Rozas, colaborador de SALAMANCArtv AL DÍA

La genuina Poesía no admite diletantes, seres a quienes les obnubila su incandescencia sin saber que el brillo no es lo aparente (muchas veces embalsamado), sino el tamaño del corazón que orbita en el Misterio. Hombres y mujeres que, por querer llegar pronto hasta la cima, resultan quemados o quedan en la oscuridad más absoluta, desengañados y desafectos, mascullando improperios, tramando contra otros cuyos logros resultan evidentes, quejándose de su falta de fortuna?

Por eso me alegra en lo profundo constatar la fértil trayectoria de un poeta-poeta (nada de joven o maduro poeta; nada de calendarios) llamado Boris Rozas, nacido en Buenos Aires allá por 1972, pero repatriado siendo niño a la vieja Castilla, a esa Valladolid donde realizó sus estudios universitarios; a esa Valladolid desde donde viene escribiendo una rotunda y magmática poesía, moderna desde lo clásico, mestiza en cuanto esponja que sabe absorber las savias ya destiladas por la poesía inglesa y norteamericana, pero siempre partiendo del Siglo de Oro y de sus ricos afluentes latinoamericanos. Nutrido por esos dos mundos, ahora el poeta nos muestra su impronta propia, su estilo y su mensaje que no gasta pólvora en infiernitos, sino que faena y brujulea bajo una consigna unánime: tratar de anotar versos que sean perdurables, poemas que contengan vida y razones y emocionen a quien los lea o escuche.

La obra poética de Boris Rozas merece, cada vez más, la atención de propios y extraños. No vale desviar la mirada ante sus versos: quien así lo haga se estará autoengañando, tratando de desdeñar los aportes de este vallisoletano de Buenos Aires. Comento esto ahora que tengo ante mis ojos la última antología de su obra, 'La senda de las espigas' (Al margen Editorial, Valladolid, 2016), compendio preciso y precioso de sus seis poemarios iniciales: Bagajes del alma (2004), Lleno del mar (2005), Hemisferio Sur (2007), Huyendo de este jardín, me encontré con el viento (2009), Ragtime (2012) e Invertebrados (2014).

Conozco a Boris Rozas casi desde su segundo libro y sé de lo que escribo. Una vez le aconsejé que fuera lento pero firme en su camino en torno a la Diosa Ambarina. Y su senda ha sido así, fértil y sin descanso, lentamente pero sin tregua, recibiendo premios (entre ellos el Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, en Salamanca) y siendo finalista en muchos certámenes. Por ello, este otoño aparecerá un nuevo poemario, esta vez premiado en Barcelona, y a finales de año aparecerá 'La ceremonia de los miedos', una reunión de su poesía completa que se publicará en México, en una colección que también editará a Antonio Gamoneda.

Me alegro, lo repito una vez más, por la fértil trayectoria de Boris Rozas. Y como la Poesía no es literatura sino vida vivida, qué mejor que dejarles con un texto que contienen mucho de sí. No por algo da título a la antología vallisoletana.

LA SENDA DE LAS ESPIGAS

Somos flores de otro mundo, errático caballero

sin más armadura y espada que el beso sempiterno,

no podría ser de otra manera, llevo escrita

la paz en mis ojos

y otro invierno que se pierde entre algunos brotes

de ternura.

Templo la sangre en mi ático vacío

despido al pájaro recién despertado

por el sol de la mañana, un errante caballero

sin más horizonte que el lecho

del río, entre tanto sobreviene la música por el aire

encajonada

que me lleva a otras iglesias más modestas,

pasajeros de la noche tu yugo

y mi espalda, cuencos del alma

tus manos plegadas por el mar

arrían mis velas en esta vida

sin ancla

que no entiende de otros renombres.

Duermen los cipreses envueltos en el perfil de tu nombre

cada noche

enhebra voluntades el tiempo en decadencia,

oteo el páramo desnudo lleno de paisajes

clandestinos, la meseta de tu cuerpo

no alcanza para estos versos. Soy de alma

continental y verso en altiplanicie, no podría ser

de otra manera,

tiembla el zócalo de mi

ático vacío

y otro invierno que se pierde entre algunos brotes

de ternura.

Duermen los cipreses envueltos en el perfil de tu nombre

cada noche

con la mirada perdida en el horizonte de las cosas

el deshielo ha llegado a mis

raíces de poeta

con acento extranjero, comuneros

de la fe expandida son mis versos

ahora que la llama se les apaga

en estas horas de secano.

Somos flores de otro mundo, palomares en Tierra

de Campos

pastoreando por entre los recodos

que la memoria deja

reposar en su alma de estaño,

mientras las encinas siempre solitarias

se dibujan en el perfil de la noche más eterna

y la fría escarcha aguzando

en mis entrañas de poeta,

somos alma secreta de las cosas

alumbrados entre los juncos

de esta vida sin ancla

que nunca entendió

de nombres.

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