OPINIóN
Actualizado 26/06/2016
Paco Blanco Prieto

En este domingo electoral, conviene distinguir los politiqueros que hacen politiquería, de los políticos que hacen política, aunque estos representen una minoría tan exigua que no sea tenida en cuenta por los ciudadanos, hartos de respirar hedores destilados por las Instituciones públicas, debido a la infección de corruptelas inoculadas por quienes no merecieron los sillones ocupados.

Afortunadamente, no todos los vecinos que se dedican al honorable y digno oficio de servir a la comunidad son politiqueros y/o electoreros, ni la politiquería y/o electorería son opciones únicas a tener en cuenta, aunque sean predominantes entre la llamada casta, a la que pertenecen incluso quienes no se consideran castizos, librándose de ella una honrada minoría que merece, honor, memoria, dignificación y gloria.

La concepción de la política en términos de Carl Schmitt como dialéctica entre adversarios que alcanza su expresión final en el conflicto, tiene poco que ver con la idea más pura de gestión pública. Igualmente, la tradicional definición de política como ejercicio del poder, que la perversión ha llevado a la degradación de su significado desde la perspectiva de Maurice Duverger, donde los individuos luchan por obtener el poder para ejercerlo en su propio beneficio, nada tiene que ver con el compromiso político, como aspiración a intervenir en asuntos públicos en beneficio de la colectividad.

Es decir, que por encima de las concepciones fatalistas de Carl Schmitt y de las luchas grupales por el poder planteada por Maurice Duverger con beneficio para los vencedores, debemos optar por una concepción ética de la política como actividad al servicio de los ciudadanos para favorecerlos.

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