OPINIóN
Actualizado 22/06/2016
Manuel Alcántara

La ciudad parecía previsible. Había leído tantas cosas y referido tantas historias que nada debería extrañarme y, sin embargo, la sorpresa salta desde el primer instante y por doquier. Siento además que no es comparable con ningún otro sitio conocido. Para empezar abruma la plenitud del aire seco bajo un cielo inmensamente azul y limpio a poco más de mil metros de altitud. Luego, es permanente el bramido del tráfico que se sucede a través de arterias con una docena de carriles abarrotados a cualquier hora. No hay esquinas, muy poca gente caminan por la calle. Así se quiso cuando reempezó a construir hace sesenta años. El sueño de la razón en un país que se desea poderoso cuyo proyecto parece estar permanentemente por hacer y donde el chiste más gastado en esta ciudad es pedir al taxista que te lleve "al centro histórico".

La habita una clase media integrada por burócratas y representantes empresariales que llenan los clubes situados alrededor del gran lago artificial y cuyas palmeras que le bordean le dan aire mediterráneo. Gente sofisticada ?palabra de uso frecuente- con alto nivel adquisitivo superior a cualquier otro sitio del país contrapunto de una parte importante de sus casi tres millones de habitantes que acude a sus trabajos haciendo trayectos de tres horas diarias en transporte público deficiente. Una sociedad perturbada por una crisis profunda, otra más en su historia, que ahora conjuga distintos escenarios afectando a la economía y a sus instituciones pasando por el drama enfermizo de la corrupción galopante.

Aunque no puedo comparar con épocas pretéritas, por ser la primera vez que estoy en Brasilia, el fluir de las cosas se muestra ajeno a la realidad leída. Una evidencia menor la dan las fiestas "juninas" que se celebran en torno a la festividad de San Juan con un carácter popular cuyo desarrollo me recuerda a las ruidosas y coloridas verbenas españolas. Otra tiene un tono diferente. El edificio tapiado hoy abandonado en frente del hotel ha estado ocupado cierto tiempo y fue desalojado hace apenas un par de semanas mediante una acción policial que derivó en violencia. Ahora el silencio se hace dueño del mismo y dificulta imaginar ese fragor del apremio, con las vías aledañas cortadas, las carreras y los gritos de unos y otros, las piedras lanzadas, las pistolas batientes. El conflicto siempre presente en el lugar menos esperado.

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