Recordando el azul de la infancia,
el pañuelo olvida el llanto, y el
corazón renace cada día,
en el silencio de unos brazos
anudados a la dulzura laurea de ser niña.
Que lentas pasan las horas,
sin ver la quietud de tus ojos
en el ciego color del abandono,
moribunda realidad
macerada entre silencios al decaer la tarde.
A tientas acaricio el agua sombría,
deseando retener el tiempo entre mis manos,
para que no se apague la luz de la puericia.
Isaura Díaz de Figueiredo
7 de octubre de 2000