OPINIóN
Actualizado 17/06/2016
Eugenio Sánchez Redondo

El poeta escribe, recita poemas.

El libro del poeta puede ser una servilleta, una inspiración en el baño, una solapa cubierta de polvo, soledad de negro sobre blanco a la deriva.

En la sala de la palabra, invitado por el Ateneo de Salamanca, aún sin sede social, Raúl Vacas disertó sobre el arte de vivir para escribir y no morir en el intento, citó a poetas y escritores y se dejó para el final. Con un tono desgarrado plasmó la quijotada de intentar vivir de lo que uno escribe, derechos de autor, editoriales, talleres de escritura para niños y jóvenes en colegios e institutos, Raúl es un autoestopista con una maleta de madera repleta de poemas visuales. La Querida, de Vacas y Castaño es su refugio y el mundo su universo.

Podría dedicarse a tener un trabajo y sueldo fijos pero deambula entre cotizaciones como autónomo y como dice Sabina tontos por cientos de réditos de su obra.

Me inspira pasión y tristeza, pasión enraizada en admiración y tristeza por ser dueño de un destino impreciso. Estoy convencido de que no cuidamos a nuestros artistas, dudo si es más importante sumar números o sumar versos a nuestra conciencia que nos hará libres.

Salí con una sensación de desasosiego, intentando imaginar esa vida en la penumbra de quien escribe en soledad, intentando vislumbrar al poeta invisible, tímido, buena persona que descansa entre otros libros que le alimentan, ese poeta salmantino que es honesto en su profesión, vulnerable y cierto. Te deseo lo mejor Raúl, pero no vale con deseos, espero que un día los hechos unan nuestros caminos de nuevo, sin tener que repetir curso en el instituto, recordando alguno de tus primeros poemas en la carpeta?

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