José María Manzanares
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TOROS
Actualizado 15/06/2016
Redacción

Los toreros, aunque para muchos pueda parecer lo contrario, son listos, saben que Madrid "duele", es difícil, caprichoso, variable, exigente e intransigente y distinto muchas tardes

El toro es el único que puede convertir un hecho banal en dramático: la iniciativa del hombre tiende a incrementar su intensidad, lo cual tiene su explicación. Se expone cuando se torea, y aún más en momentos cruciales; tal y como ocurrió con José María Manzanares en Madrid, en este recién terminado San Isidro.

El torero tenía razones sobradas en dicha feria para no suplantar con temeridad el valor consciente y el saber. Más todavía, el torero tenía que decirle a Madrid y a su afición venteña que es "alguien" en esto, que quería su confianza y su reconocimiento. Y esto fueron argumentos sobrados para que ese riesgo tantas veces calculado en muchas otras plazas, en ese momento puntual, el cálculo quedara al margen para adentrarse en el gesto, el rigor del combate, en la tensión, en regular a voluntad del paso del tiempo y, en definitiva, emocionar.

Manzanares, también David Mora y Paco Ureña Roca Rey y López Simón lo sabían, y sabían también que con tal disposición no se les iba a escapar el triunfo, como tampoco se le escapa al buen aficionado que se encuentra entre el público, aquel que no se deja burlar por otras demostraciones que no fueran expresar el arte, la gallardía y el dominio de sí mismo. Los toreros, aunque para muchos pueda parecer lo contrario, son listos, saben que Madrid "duele", es difícil, caprichoso, variable, exigente e intransigente y distinto muchas tardes. Por eso el triunfo que todos quieren -para unas u otras razones- está allí. Y es en esa entrega y disposición donde puede aparecer la cornada imprevisible; es el tributo, el pago al contado con sangre propia. La cornada, más o menos grave, es de nuevo el punto de partida de la verdadera carrera. Y cuando se van recobrando las fuerzas y cicatrizan las carnes desgajadas, el torero medita sobre las causas de la cornada. Y, de nuevo en la plaza, el público comprobará cuánto le ha dolido anímicamente y si el valor no se le fue por el agujero de la herida. Mora Ureña y Simón han podido comprobar este sentimiento.

Si recapitulamos sobre la trilogía -parar, templar y mandar -... Por el temple se manda; por el mando es posible no moverse. Si somos capaces de observar esto una tarde (aparte del milagro) veremos cómo surge sencilla y fluidamente el quehacer del torero que realiza un toreo en perfecta concordancia, con la característica esencial de tener delante a un toro bravo -claro está-. Luego eso, y nada más que eso, es lo único que se puede llamar toreo, que se nos revela desde aquella época de oro.

ay unas normas toreras que, por el contrario, no son planchas de grabar el mismo dibujo, sino brújulas orientadoras de muchos caminos, de muchas líneas ? unidas en la variedad ? por donde el toreo debe discurrir. El toreo es, sencillamente toreo, a secas. Ante el toro en edad, trapío y los otros atributos del toro de lidia. Ellos, los toros, son los que ponen y quitan etiquetas. Y ésta, sin ir más lejos, es la lección que podemos extraer del gesto del torero alicantino en la arena de la plaza de las Ventas en Madrid, donde el diestro dio todo un curso de bien torear, de entrega, de concentración, de verdad y donde muy pocos toreros, tan solo los elegidos, tiene en la historia de la Fiesta su propia tauromaquia, aunque la elegida por Manzanares tenga sus limitaciones mínimas, como para pensar en acercarse a la utópica perfección.

No obstante, el torero sacó su amor propio, no exento de arte, valor, sabiduría y algo que no se vende en "mercería": la responsabilidad. Por ello no solo triunfo en el coso madrileño sino que su toreo se desbordó, pese a que los tiempos no parecían estar con él. Hubo en mi opinión otros dos toreros, con menos cartel, por razones diferentes. David Mora y Paco Ureña fueron toreros que no se rindieron nunca, sin dolerse al desánimo, un ejemplo para todos aquellos que forman parte de los escalafones, y, jóvenes aún por llegar, toreros que marcan el pálpito de lo que siempre fue la vergüenza torera, asumiendo el gesto, porque el valor de su obra era más profundo que el resultado. Era el producto de una seguridad, una afición y una ambición desmedidos, y a estas cualidades ? recetas para cualquier torero -, se unió la humildad y el respeto. Fue, por tanto, toda una lección magistral de torería y, a medida que la tarde avanzaba, el coso era un asombro, una vibración, una fiesta. Capote y muleta para los bravos y exigentes toros, hubo de todo, en los medios y desde la naturalidad, trayéndose al toro toreado, para cargarle la suerte y torear donde es debido, ligar? Y al verlo, la cátedra de Madrid se venía abajo. No era para menos? Esto sucede de cuando en cuando?

Fermín González (blog taurinerías)

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