OPINIóN
Actualizado 15/06/2016
Manuel Alcántara

El asunto de la identidad lingüística es uno de los más intricados cuando se aborda desde no importa prácticamente qué perspectiva. Asisto a una comida en un bistro parisino que reúne a colegas de diferentes países, una de ellas de nacionalidad francesa es bilingüe en inglés. La conversación es animada y ella pasa de una lengua a la otra sin problema alguno. Eso no es lo que me sorprende sino su alternativa transformación en una persona distinta. Como si se tratara de un juego de roles ella adopta una pose sofisticada cuando habla en francés manteniendo un tono de correcta discreción no exento de dureza, mientras que cuando se expresa en inglés su actitud es de flexible cordialidad combinada con cierta llaneza. Se trata de dos personas distintas en la misma, dos identidades diferenciadas por la lengua.

Es algo que me recuerda a colegas de Estados Unidos cuando se expresan en español subrayando diferencias tan marcadas a su flemática expresividad anglosajona. El teatro de la vida añade un elemento de embrollo que arrostra un bagaje cultural casi infinito y una gama de interpretaciones vitales de experiencias y emociones. El lugar donde se aprendieron las lenguas, el entorno social, en su caso el profesorado y el método de enseñanza. La cadencia estructurada y secuencialmente razonada del francés choca con la rápida levedad del inglés; el sonido de enfado del español o del griego confronta al susurro dulce del portugués ¿Quién es exactamente quien me habla? ¿Cómo el marco lingüístico que utiliza le cambia su personalidad o incluso el propio sentido de lo que está queriendo decir? Otra vez el negocio de la identidad.

Si María Zambrano decía que el apego a su lengua había sido su patria, ¿qué pasa en estos casos? No es una cuestión banal. El problema catalán tiene que ver con esto aunque haya también condicionantes económicos. Las lenguas estructuran el mundo, la forma en la que se interpreta, la manera en la que se formulan las preguntas importantes, pero son también corsés que estrechan el conocimiento y, ¿por qué no?, el modo en que se expresan los sentimientos. Además, hay gente que tiene como vocación la palabra y que la sirve como puede, pero ¿se puede servir en diferentes frecuencias lingüísticas simultáneamente? Sé que el estrecho monolingüismo identitario en el que me muevo habitualmente me facilita las cosas, pero también empobrece mi existencia.

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