Abandonada a la felicidad, solamente
escuchó el sonido de silvestres campanillas,
mecidas al compas del zarzagán.
Ahora tras el cristal,
la niña de aire
recuerda un nombre,
que supo abrasarla entre cienos relampagueantes.
Tirita de pavor sabiendo que no volverá,
que nadie escucha sus gritos de auxilio
en largas noches de agraz,
es veleta girando en su velero,
violeta cerrada entre las hojas de un libro,
coloca sesgas al Dios que no tuvo oído a sus plegarias
El polvo azul araña su falda
en una fiesta,
de dura luz y aire viciado
Él sigue ahí,
y ella loca, enojada, ríe, mientras canta quieros y olvidos.
En la hégira, desea gastar su recuerdo,
su piel, su mirada relampagueante,
derramar oro y alzar ceniza,
ser junco que dibuje un tenue círculo sobre su recuerdo.
Isaura Díaz de Figueiredo
Salamanca 7 de octubre de 1997