OPINIóN
Actualizado 12/06/2016
Redacción

Ante el ruido y la furia (con permiso de Faulkner) que se nos avecinan, y en los que ya estamos inmersos (la campaña electoral manda), he decidido retirarme unos días en mi pueblo natal, para sacar adelante trabajos de investigación, en torno a las tradiciones orales, que he de entregar a final de curso.

Si no disponemos de ámbitos de serenidad y de retiro, nos devora el tráfago y las prisas de la vida urbana, que, como Saturno, es insaciable de continuo, requiriéndonos para todo, tanto lo que puede interesarnos, como lo que en absoluto nos interesa.

Iniciamos nuestra llegada al pueblo con una pequeña caminata por una naturaleza plena, primaveral, exuberante, un verdadero paraíso o edén, con las mil variedades de plantas en plena floración. Y percibimos nuestros pasos en la tarde como un itinerario por el paraíso, un verdadero paraíso. No en vano, el jesuita Juan Eusebio Nieremberg ubicó en el mítico territorio de Las Batuecas el paraíso terrenal.

Aromas y colores, murmullos de los regatos en su discurrir desde la montaña hasta los valles, nos acompañan. La escoba o retama con sus flores amarillas, los brezos y tomillos morados, el chaguarzo (un tipo de jara silvestre y local) con su amarillo intenso y otras mil flores blancas, van marcando el itinerario del camino de un modo delicioso.

Y, al llegar a casa y asearnos, dedicamos un tiempo a la lectura. Queremos releer los 'Soliloquios' del emperador Marco Aurelio, uno de los libros de carácter moral más preclaros de nuestra cultura; lo hago en la hermosa y concienzuda traducción que realizara, entre 1780 y 1785, J. Díaz de Miranda, que fuera profesor de griego en el Real Seminario de Nobles, de Madrid.

Y, entre sus párrafos, todos aplicables a ese ideal de conducta ejemplar, leo alguno, como este, que parece escrito para este nuestro presente y aplicable al arte del buen gobierno: "Como no se gobernaba sino por las reglas sólidas de su deber, sin dejarse llevar del aura popular, guardaba una prudente moderación en lo que mira a dar espectáculos y regocijos públicos, a levantar fábricas y monumentos magníficos, a regalar al pueblo con donativos y distribuciones, y en otras cosas de esta naturaleza. No usaba a deshora del baño; no tenía pasión por edificar; no se cuidaba de manjares delicados en la comida, de nuevas modas y exquisitos colores en el vestido?"

En el atardecer, mientras las líneas de Marco Aurelio nos van trazando ese ideal moral o ético, marcado por la sobriedad y por una ascesis que nos lleva no al sufrimiento sino a la plenitud, los vencejos, aviones y golondrinas van tejiendo con los hilos invisibles de sus vuelos ese tejido hermoso de los cielos, en un puro guirigay sonoro, que es una pura celebración del existir.

Y esa línea invisible, pero sostenida, de una ética, que, desde Marco Aurelio, llega hasta hoy mismo, me llega / nos llega a través de esos breves enunciados que, en nuestra cultura, han ido haciendo fortuna: "oda a la vida retirada" (de nuestro Fray Luis de León), "un ángulo me basta" (Fernández de Andrada, en su hermosa "Epístola moral a Fabio"), "menos es más" (ese lema estético de Mies van der Rohe, aplicable, y de qué modo, a la ética).

Unas jornadas de retiro, para tomarle el pulso a ese paraíso que se nos regala estos días y frente al que vivimos de espaldas; para tomarle el pulso a esa palabra moral que nos llega desde antiguo y que hoy releemos en los "Soliloquios" de Marco Aurelio.

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