OPINIóN
Actualizado 12/06/2016
Paco Blanco Prieto

En plena campaña electoral, es bueno distinguir entre candidatos y electoreros, -presentes ambos en todos los partidos políticos, sin distinción de color-, porque no es lo mismo ofrecerse generosa y honradamente para servir al pueblo, que servirse del voto del pueblo para utilizarlo en beneficio personal, despilfarrar el erario público, favorecer a los amiguetes y promover la corrupción.

La diferencia entre candidatos y electoreros es clara y terminante para los ciudadanos despiertos, pero despista a votantes ingenuos y dormidos, incapaces de distinguir unos de otros, porque los electoreros se disfrazan de candidatos, utilizan sus mismos discursos, reproducen los gestos y hacen iguales promesas, utilizando con cinismo la careta.

En Roma, cuando un ciudadano aspiraba a algún cargo o puesto público, se vestía de blanco. De ahí vino cándido y también candidatura, por lo que era fácil identificarlos por el hábito de Santiago con que vestían su alma, testimonio de la meritoria y apreciable historia personal del candidato que aspiraba a tajuela de madera, tan diferente de la poltrona de tercipelo codiciada por los electoreros.

Tanto unos como otros se nos presentan en listas cerradas, lo cual dificulta nuestra elección, porque los candidatos pueden estar rodeados de electoreros; y estos acompañados de candidatos, complicando la opción a tomar por los votantes que aspiran a listas abiertas inesperadas en los presentes comicios y en elecciones futuras.

Si hubiera cazadores delibelianos independientes de los tramperos, podríamos elegir sin problemas a los orejisanos y sarabaítas, evitando caer en seducción de los embaucadores que acechan en las listas electorales confiando en que los votantes no perciban la piel de cordero que envuelve al lobo que está a la espera.

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