OPINIóN
Actualizado 07/06/2016
Redacción

Escribo y mis palabras nacen muertas, llenas de nieve, barro y lejanía. Me aferro al resplandor de la ciudad y todos los semáforos se nublan. El cielo es un enorme catafalco sobre el silencio de los edificios. Y sin embargo siento ruiseñores saltando entre las ramas de mi espíritu. Ella está al lado, y entra en mis palabras, resucitando el sol de este domingo que se derrumba aquí, en mi soledad, tejiendo en el salón sombras y espigas.

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