Escribo y mis palabras nacen muertas, llenas de nieve, barro y lejanía. Me aferro al resplandor de la ciudad y todos los semáforos se nublan. El cielo es un enorme catafalco sobre el silencio de los edificios. Y sin embargo siento ruiseñores saltando entre las ramas de mi espíritu. Ella está al lado, y entra en mis palabras, resucitando el sol de este domingo que se derrumba aquí, en mi soledad, tejiendo en el salón sombras y espigas.