Si no tuvo ocasión de leer la primera parte de este artículo puede hacerlo aquí
Evoco ahora, hace ya unos cuantos libros leídos, cuando iniciaba mi camino profesional en la lectura y en una visita de trabajo a Cataluña, me acerqué a conocer una librería ya por aquel entonces mitificada entre los lectores, Robafaves se llamaba, y ejercía en el municipio de Mataró. Cuando traspasaba la puerta del local pude ver a un librero, que luego resultó ser el gran maestro de ceremonias lectoras Pep Duran, acercar una historia ilustrada a niño acompañado de su madre: no les hablaba del módico precio del ejemplar, ni de las bondades de la editorial especializada en literatura para niños o de la adecuación en la edad, hermanaba la historia con el pequeño mediante la palabra.
Esta acción tan humana, la de ofrecer a otros un relato con cuerpo de libro que quizá desconoce necesitar, este oficio de entregar un diálogo posible es la razón de ser, la verdadera naturaleza de una librería.
Pero esta conversación entre libro y lector en estos lugares se manifiesta también en otro tipo de situaciones. Son aquellas que pueden tener que ver con una mesa o expositor donde los libros dan la cara, donde muestran con sus portadas la información que contienen. Y pueden entrar y entran en diálogo cuando el librero los acomoda de tal manera, que convocan el encuentro con un tema que quizá nos tiene interesados. Y puede que también lo hagan desde las miradas diversas de los géneros, los intereses o deseos de cada uno, sumando, por ejemplo, una faja informativa con las bondades de su lectura, no proclamadas por la editorial, sino manuscritas por un lector: de nuevo, se está abriendo paso el diálogo.
Recuerdo haber visto cosas de este calado, hace también algunos años (para muchas cosas han pasado ya demasiados, aunque aún podamos y debamos contarlas), en otra librería que forma parte de mi vida (decir lectora sería redundante). Se encuentra en la brumosa ciudad de Brest, y el marbete que la define y titula no sólo ocupa espacio en sus puertas de entrada, se confirma, en todo momento, cuando nos movemos por sus secciones: la librería no podría responder a otro nombre que al de Dialogues.
Algo que afortunadamente ahora prolifera en estos espacios librescos, en la ciudad bretona se ofrecía desde 1976: presentaciones, encuentros con autores, sofás para reposar el primer encuentro con el libro elegido, junto a un bebedizos para aclarar nuestra voz interna; pero, sobre todo, libreros y libreras que se te acercaban y acercan, o a los que te diriges para pedir consejo o la ubicación de un título largamente buscado.
Hay quien ha llevado hasta el límite esa necesidad de seleccionar y ofrecernos lo mejor en materia libresca. Estoy recordando ahora la librería que el escritor Alessandro Baricco tuvo en Turín, donde sólo 28 libros (se iban renovando de diez en diez) habitaban sus 100 m2 y, mediante unos auriculares (veintiocho naturalmente), se recomendaba el título a través de la voz de un buen conocedor del texto. Otro ejemplo más radical es el de una librería japonesa, ubicada en Tokio, que sólo vende un libro a la semana.
La primera desapareció al cabo de un tiempo y desconozco como le fue a la segunda. Pero lo remarcable de los dos casos es la demostración de que la figura del librero, proponiendo, seleccionando, es fundamental.
Puede que haya quien siga pensando que ante una mayor oferta tendremos más diversidad, más? ¿capacidad de elección?, ¿mayores posibilidades de encontrar lo que buscamos? Para responder a esto solo tenemos que fijar nuestra atención, por ejemplo, en las hileras de un supermercado ofreciéndonos ¿cuántos tipos de yogures? Y qué me dicen la oferta televisiva después de que la UHF y su compañera tuvieran que compartir el espacio televisivo con otras cadenas.
Ahora, en estos tiempos de zozobra (cuándo no lo fueron), felizmente obligados a admitir que la tierra se mueve bajo nuestros pies, algunos quieren que afirmemos nuestros pasos con una precaria y falsa seguridad , permitiendo que el manto negro del miedo supuestamente nos abrigue.
Otros preferimos seguir abriendo las puertas de esas librerías de nombres apasionados y seductores, buscando en ellas herramientas para ejercer la posibilidad de ese diálogo, también más allá de sus paredes pobladas de palabras, que siempre nos empujan, nos dan aliento.
Estos espacios de encuentro, que lanzan redes de comunicación con denominaciones donde impera la lengua franca: newsletters, muros de Facebook; tuitean ideas y ofrecen enlaces. Que convocan, reflexionan con sus propuestas de títulos y autores, guasapean y linkean sus palabras convertidas en diálogos, y se mueven por ese fluido líquido, global y cibernético y, mal que le pese a nuestro querido Bauman, flotan, navegan y buscan arribar en el puerto de los lectores, como lo hicieron siempre.
Se asocian entre ellas y buscan tocarse, como en la canción, contaminarse con otras estructuras culturales: bibliotecas, asociaciones, museos, manifestaciones musicales. Favorecen el verdadero mestizaje, las hibridaciones culturales, la mezcla, toda suerte de combinaciones.
Pero la pregunta necesaria sería ¿cuándo no lo han hecho? No han sido siempre espacios que ofrecían todo tipo de diálogos culturales, con diferentes combinaciones y mixturas, pendientes de las necesidades de su público, y proclamando con la escritura de sus anaqueles su pasión librera, aunque los medios a su alcance en aquel tiempo fueran otros.
¿La diferencia?
Constatar que ahora saben ellos y también nosotros, que son el espejo de ese mundo promiscuo, con querencia por la amalgama (a pesar de algunos), que necesita de ese crisol del mestizaje que ha conformado y conforma el paso de hombres y mujeres por este mundo que vindicamos más humano.
Escribe Italo Calvino:
Empezar. Eres tú la que lo ha dicho, Lectora. Pero ¿cómo fijar el momento exacto en que empieza una historia? Todo ha empezado siempre ya antes, la primera línea de la primera página de toda novela remite a algo que ha sucedido ya fuera del libro. O bien la verdadera historia es la que empieza diez o cien páginas más adelante y todo lo que precede es sólo un prólogo. Las vidas de los individuos de la especie humana forman una maraña continua, en la cual todo intento de aislar un trozo de lo vivido que tenga sentido por separado del resto ?por ejemplo, el encuentro de dos personas que resultará decisivo para ambas? debe tener en cuenta que cada una de las dos lleva consigo un tejido de hechos, ambientes, otras personas, y que del encuentro se derivarán a su vez otras historias que separarán de su historia común. (3)
¿Acaso no habla Calvino también de lo cotidiano en las librerías?
Notas
3. CALVINO, Italo, Si una noche de verano un viajero. Trad. de Esther Benítez. Madrid, Siruela, 1999.
Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a las librerías Lello e Irmao (Portugal), Morioka Shoten (Japón) y Dialogues (Francia).