Un ejemplo reciente (y repetido) de mala educación es vendido (cada año, o casi) como ejercicio sagrado de libertad de expresión. Sí, pitar el himno de España es de maleducados y groseros, las cosas por su nombre. Pitar el himno de cualquier nación, región, ciudad, credo religioso o equipo de fútbol lo es. Fue vergonzoso cuando unas decenas pitaron el himno lituano en el Helmántico en octubre de 2010, porque en medio del silencio respetuoso de varios miles al grosero se le oye dar la nota, y es vergonzoso cuando se abuchea el himno de España por parte de lo peor de la hinchada barcelonista, bilbaína o cualquiera sea su militancia. Los groseros siempre son lo peor y haríamos bien si, haciendo uso de nuestra libertad de expresión, les llamásemos por la palabra que los define.
En no pocas ocasiones, la grosería es la antesala de la violencia, y de faltar al respeto a faltar a la integridad física de la persona o cosa, hay un paso. Lo comentaba hace poco una conocida que se dedica al negocio hostelero. Servían el banquete de diferentes primeras comuniones y una manada de pequeños groseros, no sé si encabezados por el comulgante, se dedicaba a destrozar el mobiliario del establecimiento. Reprendidos los asilvestrados agresores, el cabecilla no tuvo rubor en espetar: "Hago lo que me da la gana porque esto lo ha contratado mi padre".
Del aprendizaje de la grosería puede escalarse a maniobras del calibre de un despliegue nocturno de contenedores. ¡A las barricadas! Ocupadores, invasores, jetas, y en definitiva, groseros. El "alkiler" lo pagaba el anterior "alkalde" (del bolsillo de los barceloneses, evidentemente). La actual "alkaldesa" no parece entusiasmada con la idea de seguir pagando a un banco ("Algo habrá detrás", sembró la duda) y se abrió la veda. La de insultar a la policía, evidentemente, que pareciera que les va en el sueldo, y no. Donde, ante tamaños disturbios, el número de policías heridos quintuplica al de groseros detenidos, algo está fallando. ¡Algo habrá detrás!
Capítulo propio merecerían las groserías vertidas anónimamente en los comentarios de algunos digitales, que nada tienen que envidiar en humareda y negrura al vertedero de Seseña. Las noticias políticas, las deportivas, las de sucesos... Todas merecen un apostillado grosero y prescindible bajo pseudónimo. ¿Es libertad de expresión? Será, pero ¡qué mal olor! Le entra a uno la tentación de dar vivas a las "cadenas" del respeto y el convencionalismo. No hay derecho a que se ejerzan los derechos propios pisoteando groseramente los del otro.