La fiesta del Corpus tiene una larguísima tradición. Como tal fiesta en honor y como afirmación de la presencia de Cristo en la Eucaristía tuvo su origen en la ciudad y obispado de Lieja, en los Países Bajos, hoy Bélgica, por determinación de un concilio diocesano allá por el año 1246, siglo XIII. El Papa Urbano IV extendió la fiesta a toda la cristiandad en el año 1264. Los maravillosos textos de la fiesta son obra de Santo dominico Tomás de Aquino.
Entonces no surgió todavía la procesión del Corpus. Esta práctica de sacar la Santísima Eucaristía en procesión y manifestarla al pueblo se fue introduciendo poco a poco en diversos lugares de la Iglesia católica, y fue dotada de indulgencias por los Papas Martín V y Urbano IV. La procesión se fue generalizando a partir del siglo XIV.
El Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre de que todos los años, en determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
La fiesta del Corpus tiene, pues, ya una existencia de ocho siglos y la procesión al menos siete. La fiesta se hace en las catedrales y las parroquias con la máxima solemnidad también en nuestros días, y está convocada ya con toda urgencia en la diócesis de Salamanca para el próximo domingo. La norma es que la fiesta se celebre en el jueves o domingo posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad que, a su vez, tiene lugar en el domingo siguiente a la fiesta de Pentecostés o del Espíritu Santo.
También la procesión ha tenido lugar en nuestras calles, y aun por la Plaza Mayor, a lo largo de buena parte del siglo XX. Y recientemente se ha recuperado con gran asistencia en la misma procesión y en la contemplación de la misma a lo largo de calles tan destacadas como Libreros, Meléndez, Rúa Mayor y Plaza de Anaya. Lamentablemente no se ha intentado o conseguido el permiso para recorrer también la Plaza Mayor.
Evidentemente este acto religioso, del mismo modo que las procesiones de la Semana Santa, afecta fundamentalmente a los cristianos creyentes en la grandeza y presencia de Cristo en el misterio de la Santa Eucaristía. Pero no deja de ser una manifestación sociológica, a la que pueden hacerse presentes también personas no creyentes y aun creyentes de otras religiones, al menos como manifestación turística y cultural.
Aunque tenga algunos inconvenientes para los bares que extienden sus mesas en las calles referidas, la procesión merece el reconocimiento de dichos bares y se les agradece este pequeño sacrificio que se les pide, en este caso, una sola vez al año. A nadie se le ocurre criticar la manifestación de las procesiones de Semana Santa a pesar de esos pequeños o notables sacrificios por parte de la hostelería salmantina.
El Señor Jesús, bajo la forma de Eucaristía, merece ser reconocido y solemnizado públicamente, al menos por el respeto de que los católicos se manifiesten, como se manifiestan legítimamente otros colectivos sociales que han de ser acogidos por todos.
El domingo próximo los devotos católicos nos encontraremos en gran número y en la máxima solemnidad en nuestra grande y hermosa catedral nueva. Y culminaremos la celebración con la manifestación festiva a lo largo de nuestras reconocidas calles tan acogedoras y pulcras en el centro de nuestra lindísima ciudad. Agradecemos a los que se unan a nuestra manifestación religiosa y social, aun cuando no sean devotos declarados de la Santa Eucaristía. La fiesta está abierta a todos.