Tras la luz cristalizada,
el corazón huérfano,
recuerda primaveras lejanas,
colores adormecidos
tras largos inviernos luctuosos;
Tú, el amante que nunca abandonas,
el amigo en la noche,
déjame trascender,
embelesarme,
aspirar en la pradera aromas
de amaranto,
escuchar entre flámulas de seda
siseos, trinos y piares.
Céfiros callados
dejan su huella en el pentádrama azul del infinito
¡todo se yergue!
La chirlatada absurda,
enciende el cierzo en la tarde,
y vagamente apaga el susurro del agua,
adormece el canto de la cigarra,
en el sordo estío del olvido.