OPINIóN
Actualizado 24/05/2016
Isaura Díaz Figueiredo

Tras la luz cristalizada,

el corazón huérfano,

recuerda primaveras lejanas,

colores adormecidos

tras largos inviernos luctuosos;

Tú, el amante que nunca abandonas,

el amigo en la noche,

déjame trascender,

embelesarme,

aspirar en la pradera aromas

de amaranto,

escuchar entre flámulas de seda

siseos, trinos y piares.

Céfiros callados

dejan su huella en el pentádrama azul del infinito

¡todo se yergue!

La chirlatada absurda,

enciende el cierzo en la tarde,

y vagamente apaga el susurro del agua,

adormece el canto de la cigarra,

en el sordo estío del olvido.


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