OPINIóN
Actualizado 21/05/2016
José Ángel Torres Rechy

A Virginia Herrero Gracidas

¿Cuál es la función de un mapa? Nos ayuda a ubicar un punto en el espacio. Antes de la existencia del mapa, se entiende que hay una superficie terrestre susceptible de ser representada. En ese momento previo, el hombre aún no la ha recorrido, o puede haberla recorrido ya, pero aún no ha llevado a un orden gráfico la experiencia del desplazamiento de un lugar a otro. El mapa, entonces, implica el conocimiento de una superficie y la labor de su representación. A un amigo cercano le encantan los mapas.

Cuando él y yo viajamos a un país de Sudamérica, lo primero que hizo después de echar su pasaporte a la mochila fue imprimir un mapa. Eso me hizo pensar en otro momento de mi vida, cuando terminé mi educación universitaria. Lo primero que hice al día siguiente de la fiesta de graduación, fue dar un paseo por el río, para ubicarme a mí mismo dentro de la representación mental de mi pasado, mi presente y mi probable futuro. No soportaba la idea del extravío. Tenía que darle un sentido a mi vida. Y para dárselo, debía saber dónde me encontraba.

Un año antes, había heredado una estupenda biblioteca de un bibliófilo austriaco. Por aquel entonces, me había ido de retiro a un monasterio situado en un valle de alta montaña. En esas tres semanas resolví lo que haría con la biblioteca, al menos hasta que lograra acoplarla a una Fundación donde pudiera resultar de más utilidad. Fue un tiempo de silencio y de oración. La única actividad secular que seguía haciendo fue la escritura de mi diario. Al cabo de los 20 días del retiro, entonces, aunque no se trataba más que de un tiempo breve, vi un resultado inesperado. Mi escritura reflejaba una parte de mí hasta entonces desconocida. Supe qué hacer con la biblioteca que había heredado. Justo desde ese sitio «literario», tuve una perspectiva nueva en relación con mi persona y mis tareas pendientes.

Cuando paseaba por la orilla del río, un año más tarde, al concluir mi formación universitaria, hice un recuento de las circunstancias que me habían llevado a estudiar a una ciudad al noroeste de Inglaterra y reflexioné sobre lo que resultaría mejor para mi futuro. Sabía que tenía que emigrar de nuevo. Me resistía con todas mis fuerzas, porque allí estaba Azucena, pero sabía que debía marchar. Ella también lo sabía, aunque se resistía a aceptarlo. Una noche antes, cuando ella descansaba sobre mi brazo, su silencio fue su aprobación, su resignación. Mi paseo por el río al día siguiente estuvo lleno de dolor y de lágrimas reprimidas.

En la vida diaria hay luz y oscuridad. Orden y caos. En mi caso, no entiendo por qué las ideas sensatas aparecen en momentos serenos. Cuando el movimiento de las cosas cesa y una razón más elocuente hace suyas mis pasiones y emociones. Entonces surge el entendimiento. Sé dónde estoy. Me ubico en el mapa de mi propia representación. Conozco lo que en verdad deseo. Contemplo la superficie de mi persona y puedo asignarle un nombre a cada cosa que atraviesa por mi mente y por mi alma. Ese mapa que lleva mi nombre, entonces, me hace pisar sobre terreno firme y afronto mi destino.

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