Para el Director de la RAE es un ejemplo de “complejo de inferioridad y papanatismo ir a Eurovisión en inglés”


OPINIóN
Actualizado 21/05/2016
Julio Fernández

Profesor de Derecho Penal de la Usal

El mes pasado se celebró, en sus respectivos países (Reino Unido y España) el cuarto centenario de la muerte de Shakespeare y de Cervantes. Las paradojas del destino hicieron que, quienes siendo las máximas glorias de la literatura de sus países, que ensalzaron como nadie y para la posteridad sus respectivas lenguas (inglés y español), muriesen en la misma fecha del calendario (el 23 de abril de 1616), aunque, en la realidad, hubiera una diferencia de 10 días entre el fallecimiento de uno y otro. Sabemos que el calendario Gregoriano sustituyó al Juliano el 5 de octubre de 1582, de tal suerte que se pasó del "Jueves Juliano" 4 de octubre al "Viernes Gregoriano" 15 de octubre. No obstante, en algunos países católicos (España, Italia o Portugal) se implantó inmediatamente, mientras que en los de tradición protestante, no se hizo, incluso como en Inglaterra, hasta 200 años más tarde. Hay una anécdota muy relevante, ya que la enigmática figura de Santa Teresa murió ese 4 de octubre, siendo enterrada al día siguiente, que sería el 15, cuando se celebra la festividad.

Las vidas de Shakespeare y Cervantes no corrieron la misma suerte. Cervantes tuvo una vida errante y aventurera y desempeñó trabajos diversos para poder sobrevivir; desde soldado al servicio del reino (participó en la batalla de Lepanto y fue herido en el brazo izquierdo quedando su mano inhabilitada desde entonces, de ahí el apodo de "El manco de Lepanto", definiéndose él mismo como el que "perdió el movimiento en la mano izquierda, para gloria de la diestra"), pasando por novelista (por el que la historia le ha consagrado como el escritor español más importante) e incluso recaudador de impuestos. Sufrió la cárcel y las consecuencias de nuestra fatalidad hispana porque nunca le reconocieron en vida su potencial intelectual y literario. En cambio, Shakespeare, consiguió tener fama de gran dramaturgo, llegando a ser copropietario de una compañía teatral con la que hizo fortuna, tuvo muchos éxitos y fue reconocido en vida y en su país.

En mi opinión, Cervantes ha sido una de las figuras más relevantes de la literatura universal. Y no sólo por sus dotes artísticas, sino también científicas y técnicas. En el primer tercio del siglo XX, el prestigioso psiquiatra alemán Ernst Kretschmer estableció una clasificación de biotipos de los individuos que, en función de sus rasgos físicos y constitucionales, respondían a determinadas características psíquicas e incluso psicopatológicas. Así denominó leptosomático al individuo alto, delgado, rostro alargado, nariz delgada y puntiaguda. Según Kretschmer, este tipo se asocia con un temperamento esquizotímico, que oscila entre la hipersensibilidad y la frialdad; son inteligentes, extravagantes, originales, aunque con cierta falta de sociabilidad. El segundo biotipo lo denominó pícnico y responde al tipo bajo, gordo, con vísceras voluminosas y extremidades cortas, suele ser social, amable y generoso, con un temperamento ciclotímico de humor voluble que oscila entre la alegría y la tristeza y melancolía y cuando alcanza niveles patológicos desencadena psicosis maniaco-depresivas. El tercer biotipo es el atlético, que presenta desarrollo muscular alto y esqueleto bien formado, con un temperamento epileptoide, enérgico, idealista e incluso puede llegar a ser violento pese a su timidez. Por último, el displásico, que presenta ciertas deformidades y que en el plano psicológico no posee un carácter definido.

Con independencia de que estas teorías hayan sido superadas (sobre todo porque fueron diagnosticadas desde el punto de vista de la psiquiatría criminal, que establecía determinada predisposición de los sujetos al delito en función de sus características físicas y psicológicas), no hace falta decir que Cervantes, 3 siglos antes, describió perfectamente en El Quijote la tipología leptosomática de D. Quijote y la pícnica de Sancho Panza.

Ensalzar la figura de Cervantes y nuestra lengua española no es algo baladí, porque forma parte de nuestra mismidad, raíces culturales, tradición, costumbres e idiosincrasia. No en vano, el castellano o español es la tercera lengua mundial en número de personas que la hemos adquirido como lengua de cuna: más de 500 millones, sólo superada por el inglés y el chino. Por ello, no parece adecuado que en el pasado festival de Eurovisión (aunque retrógrado, denostado y politizado) la representante española haya utilizado el inglés en toda la letra de la canción para representar a nuestro país. Coincido con Darío Villanueva (Director de la RAE) que manifestó que es un ejemplo de "complejo de inferioridad y papanatismo ir a Eurovisión en inglés", o con Massiel cuando dijo "justo en el 400 aniversario de la muerte de Cervantes y teniendo un idioma tan rico que hablan millones de personas en todo el mundo, España va a dar de lado al castellano este año en Eurovisión".

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