¿El mundo es bastante? Pues eso es una librería.
Memorias de un librero escritas por el mismo, Héctor Yanover
Compartir no es patrimonio exclusivo de las redes sociales, por eso les invito a encontrarse con el número 29 de la revista Trama&Texturas, y conocer el papel de una publicación que celebra sus 10 años de conversación con el mundo de los libros y la edición. Y en esta ocasión, hablando con algunos amigos sobre el universo de las librerías. Aquí les va un ejemplo:
Si una noche de invierno un viajero, quizá usted amiga lectora o querido lector, decidieran aventurarse de nuevo por el texto de Calvino, en su juego de inagotables combinaciones, en el que las historias que lo conforman inician su andadura en una librería? Si así lo hicieran, quizá se sumen, como yo he decidido hacerlo, a las semejanzas que parecen existir entre el significado de esos relatos y el de ese espacio libresco al que llamamos librería.
Si un día de invierno me invitan, como así ocurrió, a pararme a pensar sobre el universo de las librerías, era casi imposible que me resistiera a dejar sin abrir la puerta de una de ellas, la de Cervantes en Salamanca, aunque me diera de bruces con ella porque hace algún tiempo que cerró para siempre, después de 80 años donde estuvieron siempre presentes los trabajos y los días.
Por ella deambulé, un mínimo dos veces por semana, desde que cumplí los catorce hasta llegar casi a la treintena, lo que me procuró incontables descubrimientos librescos y un rico anecdotario, como llegar a prestar auxilio sin haberlo pretendido a algún cliente cercado por las prisas.
Abriría también la de Fulmen, que plantó sus reales lecturas en la Cuesta del Rosario para migrar después a la calle Zaragoza de la capital andaluza. Allí oficiaban las tres Gracias letradas, las tres Marías libreras, siendo para siempre deudor agradecido, por oficiar mi conversión a la cofradía de los lectores, de la que llevó nombre de un regio y fantástico parque sevillano.
Yendo a pasados más cercanos y presentes muy sugestivos y prometedores, hablaría de las salmantinas Hydria y Letras Corsarias, por citar solo dos, donde encontré y encuentro conversación y lecturas que me desalojan el eje del alma, frase fetiche que me acompaña desde que se la escuchara en un congreso, precisamente sobre lectura, a la escritora Nélida Piñon. Y por ahí sigo, al abrigo de las ideas que pueblan estos espacios que nos ofrecen la medida de lo humano, y me entregan siempre generosas horas para leer de claro en claro, que consigan despejar esos días que se me van de turbio en turbio.
Pero ocurre que yo no he venido para hablar de mi querencias libreras, sino a preguntarme con ustedes por qué las necesito, las necesitamos. Y buscando un hilo conductor que me permitiera hacerlo de forma más o menos convincente, ha venido a asistirme como tantas veces, el recuerdo de un párrafo libresco que recupero para quien pudiera leerme:
La fascinación novelesca que se da en estado puro en las primeras frases del primer capítulo de muchísimas novelas no tarda en perderse al continuar la narración: es la promesa de un tiempo de lectura que se extiende ante nosotros y que puede acoger todos los desarrollos posibles. Quisiera escribir un libro que fuese sólo un 'incipit', que mantuviese en toda su duración la potencialidad del inicio, la espera aún sin objeto. Pero ¿cómo podría estar construido, semejante libro? (1)
¿No se está hablando de librerías?
Tengo para mí que algo, o quizá mucho, tiene que ver ese deseo del genial y necesario autor italiano con estos lugares, aunque en la novela de marras, parece referirse en primera instancia a las historias, lo que por otro lado viene a ser lo mismo, porque en aquella, en la librería, es una de las casas donde viven a la espera de un lector que busca un íncipit.
Y es a partir de aquí cuando puede comenzar todo? Uno puede entrar en ese territorio cargado de retos y posibilidades, donde se ofrecen ante nuestros ojos cientos, miles de libros alineados, prometiendo en la timidez de sus lomos sus títulos casi susurrados.
No tardé mucho en sentirme atraído por una tienda discreta con el rótulo de 'El Verbo Ser ? Libros nuevos y libros de ocasión'. Aquella agradable sensación al coger la manilla de la puerta acristalada, aquella manilla que imitaba el dorso y la nervadura de un libro encuadernado en piel. 'Empujar'. Y, en el interior, una sensación de profundidad fresca, de sombras y luces. (2)
Puede que más de un letraherido se sienta identificado con los ofrecimientos que encierra ese pomo, que parece anunciar en su fisonomía un cúmulo de promesas, pero yo me quedo con la imagen que inaugura la frase siguiente, esa hondura que vivifica, al tiempo que nos ofrece la posibilidad de abrirnos paso en esa turbiedad de la que hablara el alcalaíno.
Pero como ya proclamó alguien en su día, una gran biblioteca no es anuncio de lecturas si tan solo acariciamos con la vista o las manos lo que allí se guarda y atesora, y no abrimos sus páginas para que se aireen los textos y, naturalmente, nuestro entendimiento.
Escribía un buen amigo bibliotecario (primos hermanos que son de los libreros), que es la lectura lo que importa y no tanto los libros; ya saben, con el deseo de poner fin esa guerra absurda entre contenedores y contenidos. Y yo añadiría también un librero o librera (tan cercanos a la familia bibliotecaria) que la ponga en nuestras manos en forma de libro. Este, creo, es el futuro, muy presente, de estos establecimientos: el factor humano, tan bien recogido por diferentes razones y motivos en novelas señeras de nuestra literatura.
Existe otro mecanismo que envuelve a ese elemento esencial de las librerías que es el librero, ese factótum dispuesto a construir el camino entre los textos que esperan y el lector que busca. Si se fijan con atención, comprobarán que está presente en todos y cada uno de los rincones que habitan y dan forma a una librería: me refiero al diálogo, la consulta, el comentario; utilicen el vocablo que mejor se avenga a cada situación, porque todos ellos se dan y ofrecen en la librería, con la ayuda de la librera. Pero también cuando abrimos un ejemplar al azar, o en una de sus secciones se nos ofrecen lecturas sobre un tema con varios y hasta divergentes puntos de vista. Todas estas tramas urdidas por la disposición física de la librería y la actitud del librero, conllevan diferentes texturas comunicativas, y confieren a este lugar la representación más genuina de la conversación humana.
Notas
1. CALVINO, Italo, Si una noche de verano un viajero. Trad. de Esther Benítez. Madrid, Siruela, 1999.
2. PEJÚ, Pierre, El librero Vollard. Trad. de Cristina Zelich. Salamanca, Tropismos, 2004.