Tuvimos muy poco contacto una vez terminada la carrera de periodismo, que ambos cursamos en Pamplona. Los avatares profesionales le llevaron a él a la letra impresa, a Madrid y a recorrer medio mundo como corresponsal de guerra; por mi parte, comencé a ejercer en Bilbao en la radio y la televisión y seguí un periplo discontinuo por La Rioja y Baleares hasta recalar ?me parece que fue hace un siglo? en Salamanca. Pero eso no fue óbice para considerar a Fernando Múgica un amigo. No digo un buen amigo porque o se es bueno o no se es amigo. Excelente persona, muy inteligente y, encima, de la minoría de periodistas que ponen la independencia por encima de sus intereses y los de la empresa que les paga.
En un artículo que el pasado viernes dedicaba Luis del Pino a su memoria, decía de él: "siempre pude admirar en Fernando al auténtico periodista, al maestro de reporteros, a la persona insobornable dispuesta a ponerse al mundo por montera para perseguir la verdad. Fueran cuales fuesen las consecuencias. Y vaya si las tuvo su compromiso con el periodismo. 'El 11-M me ha costado la vida', declaró en la que creo que es la última entrevista que le hicieron, hace ahora un año".
Como cualquier persona medianamente sensata, Múgica no se fio de la versión oficial sobre el peor atentado terrorista que ha sufrido este país. Me consta que le presionaron para que dejara de investigar, trataron de engañarle, le calumniaron, le pusieron trampas y le amenazaron. En definitiva, le hicieron la vida imposible. Él le echó huevos al asunto, pero harían falta cien Fernandos Múgica para sacar a la luz la verdad de lo que fue aquella masacre... y sobran doscientos que se dejaron llevar como borregos y transigieron con las mentiras de aquel gobierno socialista corrompido hasta la médula. Si existe un más allá, mi querido colega estará descansando en paz, entre otras cosas porque habrá podido desvelar por fin la verdad más importante que se nos ha escamoteado en lo que va de siglo.