OPINIóN
Actualizado 16/05/2016
Antonio Matilla

Se acostumbra uno a todo, incluso a lo bueno, o a lo malo, no sé, depende de personas y situaciones, supongo. El hecho es que mi actual destino como sacerdote me lleva a convivir a diario con la belleza del centro histórico de Salamanca y corro el riesgo de la rutina, de acostumbrarme a lo bueno y pensar que lo malo, o lo mediocre no existe.

Es una prevención que me asalta a menudo, pero hace unos cuantas mañanas, en una de las pocas en que pudimos disfrutar de luz solar directa, mis pasos me llevaron por donde no suelen, o pretendí inconscientemente perderme, lo que no es fácil en la ciudad que te ha visto crecer y menguar; o sería la soledad de los callejones que no permitían que nada ni nadie interrumpiese la meditación hasta que me di de bruces con un paisaje urbano desconocido o brumosamente recordado.

Una grandeza decadente había degenerado en miseria compartida, el arco generoso se había trocado en dos cerramientos tacaños y un ventanuco pordiosero de luz, la pobreza asomaba bajo las piedras nobles, desgastadas. Es la entropía de la decadencia, pensé, que no tiene solución?¿No tiene remedio? Alguien había hecho un esfuerzo por desmentirlo, creando arte provisional y perecedero en el negro vacío, decoración decorosa que endulce la tediosa espera de dignidad arquitectónica recobrada.

Estos rincones semiabandonados expresan lo mejor y lo peor de lo nuestro, la desesperación de no poder lograr la dignidad pretérita, la conciencia de que se nos pasa la juventud y no hemos alcanzado notoriedad positiva lleva a algunos a defecar su firma en las estatuas de Henry Moore o en la pobre mampostería de un muro de cerramiento tras el que otrora bullía la vida social y ahora vegeta la vegetal, abundantemente regada este año por el agua del cielo que, como es bien sabido, hace llover su lluvia sobre artistas y chapuceros, emprendedores o resignados, currantes u ociosos, justos o injustos.

¿No será este rincón una parábola del presente de nuestra ciudad? Dentro de un par de años conmemoraremos que, hace ochocientos, sociedad y autoridades, civiles y eclesiásticas, tuvieron visión de futuro y un poco de suerte para erigir uno de los primeros cuatro Estudios Generales del mundo a la altura de París, Oxford y Bolonia.

Pero ahora, ochocientos años después, los que podrían rellenar de paisaje humano esas ruinas, dándoles nuevo sentido, han tenido que huir (¿emigrar?) a tierras abiertas donde sembrar su oportunidad y los que han podido permanecer luchan a brazo partido entre la belleza y la zafiedad, la ilusión del futuro acogedor y el tedio del presente inmisericorde.

Las Corporaciones municipales y las "fuerzas vivas" de la Sociedad Civil salmantina de los últimos, digamos, cuarenta años, han parecido remar en la dirección común de salvar y dignificar el Patrimonio artístico y cultural heredado. Hemos de mantener esa unidad para restaurar estas nobles ruinas rellenándolas de investigación y desarrollo, ideas y emprendimientos del siglo XXI, inversión y progreso y bien común, esfuerzo compartido, ilusión renovada de los jóvenes ahora languidecientes o desesperados. Y todo ello respetando y valorando el campo, el equilibrio ecológico largo tiempo buscado y sostenido desde antes incluso de que se formulara el concepto. Estudio, Modernidad, Campo y ciudad, tradición y servicios novedosos, Patrimonio histórico-artístico-cultural-paisajístico e Industria y Comunicaciones actuales, respetuosas con el medio ambiente y ricas en conciencia social son compatibles?

¿Sueño? No. Soy cristiano. Se ha terminado el Tiempo de Pascua y comienza el Tiempo Ordinario, tiempo de vivir y trabajar, esforzarse y sufrir, levantar y construir, ser pacientes y no perder el horizonte.

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