OPINIóN
Actualizado 14/05/2016
Redacción

POR UN PERIODISMO SIN PRESIONES

Nosotros nunca seremos observadores en un campo de refugiados, tenemos la inmensa fortuna de no vivir en un país en guerra y, por supuesto, los conflictos están lejos de nuestras fronteras. Conocer de primera mano lo que supone la tensión entre narcotraficantes o bien, las cantidades astronómicas que cobran las mafias para abusar de las familias que huyen de Siria, sólo depende de quién nos lo cuente. De su material fotográfico y, sobre todo, del análisis de quien escribe la crónica, depende que sepamos de estos escenarios intratables. Ellos y ellas son nuestros ojos y representan la oportunidad de no recluirnos en un bienestar que nos aleje del mundo, para sacudir nuestra comodidad. Pero las reglas cambiaron. El periodista Peter Arnett, ganador del premio Pulitzer, a propósito de la guerra de Vietnam, señaló que era "La primera guerra en la que la prensa cuestionó el pensamiento del gobierno". Pero de esta guerra tomaron buena nota los poderes fácticos. Y la que más se ha revalidado y sigue vigente hoy en día, es el silencio informativo. Como ocurrió en la Guerra del Golfo, entre otras. La censura nos dejará ciegos, sin imágenes, como describió el fotógrafo Bob Carroll: "Nunca será posible cubrir guerras como la de Vietnam ¿Qué aprendieron en esta contienda los gobiernos y los militares sobre dar acceso a la prensa? Que no hay que darlo". Las guerras del mundo han cerrado las puertas a la prensa, sus profesionales son torturados y secuestrados. Todo vale para darles una lección. Es muy importante conocer la dimensión del problema, saber por qué ser un buen periodista constituye un serio problema para la estabilidad de los corruptos estados. Este es el objetivo de una organización, como Reporteros sin Fronteras (http://www.rsf-es.org), que ofrecen un mapa mundial de la persecución de la libertad de expresión.

Sin embargo, hay otro tipo de amenazas menos visibles, pero tan precisas como un fusil de mira telescópica, son aquellas que se crean entre la prensa y la clase política. Gobiernos de toda condición: locales, autonómicos o centrales disponen de televisiones autonómicas, y también, de las redacciones de aquellas rotativas que dependen, para sobrevivir, de la publicidad institucional u otro tipo de favores, a sabiendas que para mantenerse vivos necesitan convertirse en portavoces políticos. Este ajuste de cuentas ha afectado también a diarios nacionales, como El Mundo, que ha visto caer a sucesivos directores por atreverse a denunciar poderes de estado intocables. O El País, que ha dado carpetazo a veteranos periodistas, en una lista interminable de nombres que han sido nuestros interlocutores durante años. Todo bajo el pretexto de falta de medios, mientras el principal accionista del País, cobra ingentes cantidades de dinero. En resumen, Los vetos, las amenazas son un buen material de artillería, eficaz para que los profesionales del periodismo sientan la suficiente presión y, a cambio, proliferen otros profesionales volcados en el halago y la pleitesía. La prensa española está empuñando el arma del despido, aunque no estemos en guerra.

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