En un país donde la transgresión sistemática de las leyes se ha convertido en algo así como el deporte nacional, no es de extrañar que las que están en vigor destinadas a proteger la salud de las personas sean tomadas, frente a los intereses comerciales, como el pito del sereno. En concreto, las leyes, acuerdos, disposiciones y ordenanzas destinadas a prevenir enfermedades como la anorexia y la bulimia, que durante muy poco tiempo supusieron un rayo de esperanza en cuanto al control de las pasarelas de moda, el tallaje de ropa o el control de la publicidad perniciosa, son permanentemente transgredidas, ignoradas y despreciadas, en un crecimiento exponencial de la ilegalidad que alcanza hoy niveles alarmantes.
Publicidad de adelgazantes químicos sin control en su lenguaje, efectos o amenazas, campan por sus respetos en las televisiones públicas y privadas sin que se alce voz alguna ni siquiera avisando de los enormes peligros que el descontrol de tales productos pueden ocasionar, sobre todo en una población, la adolescente, e incluso la infantil, sumida en una deseducación radical y un aprendizaje consumista que la deja indemne ante las amenazas que la dictadura de los mercaderes impone. Retorno de los y las modelos de moda, perfumería, joyería o belleza, cuyo mejor valor descansa en su suprema delgadez, son anunciados, carteleados, vendidos como excelencia y puestos como ejemplo de triunfo o felicidad, ante mentalidades cuya debilidad ha sido forjada previamente por políticas de consumo compulsivo y de imitación irracional, incapaces de responder a unas agresiones publicitarias contra las que carecen de toda defensa, creándose así comunidades del reproche, círculos del señalamiento o reuniones de la marginación en las que se excluye, se insulta, se aparta y se discrimina a quien osa no seguir a pies juntillas el dictado de esas carísimas campañas publicitarias.
La anorexia, una enfermedad que puede ser mortal y cuyo origen, contenido, causas y motivos van mucho más allá de la trivial moda pasajera o el mero colegueo de 'compis', sino que tiene su origen en una profunda insatisfacción personal, en un rechazo profundísimo al entorno y una grave desorientación en cuanto a la propia posición en el mundo; un trastorno psíquico de mentes, en muchas ocasiones brillantes pero insatisfechas en su propio devenir, que los sume en la tristeza, los aboca a la depresión y los inclina a veces al suicidio; una enfermedad que causa enormes sufrimientos no sólo a los y las afectadas, sino a todo su ámbito familiar y de compañerismo, amistad y otros niveles de la fraternidad que, a su vez, genera otros trastornos comunicacionales y de socialización, rompe, estalla y dispersa lealtades y sentimientos, y cuyas devastadoras consecuencias difícilmente pueden superarse si es que alguna vez eso puede lograrse. Una enfermedad gravísima, a la que están siendo abocadas millones de personas por la codicia comercial inconsciente, o no tanto, y, sobre todo, por una desatención oficial tan flagrante, estúpida, criminal y culposa que merecería, como poco, una ejemplar sanción por negligencia para sus responsables.