OPINIóN
Actualizado 09/05/2016
Alejandro Vélez

Les tengo que contar que últimamente, si cabe un poco más de lo habitual, el tema político me asalta allí donde voy. No hay reunión, acto familiar o caña de estrangis, donde el pasado se haga presente y alguien requiera mi opinión sobre lo que nos espera. Y es que debo de tener una cara de tertuliano que no puedo con ella.

Por eso he pensado que nada mejor que aprovechar estas líneas para dejar mi insignificante parecer. Y es que lo que más oigo es ¿Que es lo mejor para España?

La mayoría de mis interlocutores son, han sido y aspiran a ser, votantes del centro derecha. Algunos más de centro y otros más de derechas. Unos abstencionistas circunstanciales, otros ciudadanistas de nuevo cuño y los de más allá populares de nariz pinzada.

Y en todos ellos asalta una resignación sufragista sin ápice de emoción. Un "que vamos a hacer" que debería dar que pensar a quienes hasta el momento eran los depositarios de una confianza ciega, casi marcial, que no han sabido mantener y ahora se torna en buena parte de sus votantes como una opción resignada y en algunos hasta poco reputada. Y me refiero al Partido Popular, ese que en el desangre se empeña en mantener a los mismos cirujanos.

Quizás si algunos próceres patrios y no tan patrios de las dos pes desgastaran un poco más de suela entre el vulgo, igual podrían testar como calza la perrina. Y ya les adelanto que la perrina anda con los filis agujereados.

Y es que con la panorámica y la ley aquí no valen los campeonatos, ni poles, valen los escaños. Porque considero rácano y hasta tardo, eso de que quien gana gobierna, y más cuando uno rechaza el hacer "cuchipandi". Y además permite mayoría absoluta tras mayoría absoluta una ley electoral injusta y trasnochada. La misma que ahora sufren.

Pero volviendo a esas conversaciones de vermouth, lo peor de todo son algunos que ven a la política, y los políticos comandados por Rajoy como una pléyade de egoístas más preocupados de garantizarse salarios y otras rentas, que de ponerse manos a la obra con lo que tienen dentro y con lo que pasa afuera. Y los más radicales manifiestan el deseo sordo y masoca de que un batacazo actúe de exfoliante natural de puntos negros y demás toxinas.

Y con esto sobre la mesa, vuelve a relucir la pregunta de marras ¿Qué es lo mejor para España? Yo creo que lo mejor para España será aquello que decidan los españoles, eso sí, correctamente traducido a un idioma político que parece que habla centinelés en vez de castellano. Y kilos y kilos de honradez, ética y dedicación sincera, que de una vez por todas active la esperanza y devuelva la confianza. Un rearme moral en toda regla que no se consigue solamente con expedientes internos y mucho menos permitiendo con una mano lo que censuran con la otra.

Pero no vayan a pensar que aquí uno actua como el oráculo de Delfos, ni que el que les teclea tiene vocación de CIS, nada más lejos. Solamente recojo el engristecimiento de un votante popular en potencia y a veces en disidencia. Que viviendo distintas realidades y en distintos contextos de una España en suspenso, coincide en sus síntomas de hartazgo. Que está hasta la coronilla de que el gesto no acabe en movimiento y que muchas de las veces no dispone de argumentos dignamente inteligentes para defender que es lo mejor, o quien es el mejor para trincar a esta España por las asideras de una santa vez.

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