OPINIóN
Actualizado 07/05/2016
Manuel Lamas

Confieso mi poca formación en la combinación de productos alimentarios. No soy entusiasta de la cocina, aunque dedico a los fogones parte de mi tiempo.

Sin embargo, hay algo que me intranquiliza sobremanera. Se trata de la pureza de los alimentos, debido a los tratamientos que reciben antes de llegar a nuestra mesa.

Me preocupan, por tanto, las actuaciones de la industria alimentaria; más ahora, que vivimos en un mundo globalizado, donde la distribución de los productos no encuentra fronteras. Las distancias a salvar son enormes y los alimentos han de tener, en todo momento, una presencia que invite al consumo.

Indiscutiblemente, se cuida mucho más la estética que la integridad de los artículos. ¿Será cierto que comemos por la vista? Cada uno de nosotros hemos de responder a esta pregunta, antes de efectuar nuestras compras. A veces, es necesario traer a la memoria esta reflexión, para advertir que, muchos de esos alimentos, son tratados con sustancias para alargar su período de consumo, más allá de lo que sería recomendable.

Me inquietan, los componentes químicos que se añaden a los productos para su conservación. Pues, aunque tuviéramos una excelente cultura gastronómica, resbalamos cuando se trata de conocer de qué sustancias estamos hablando y qué incidencia pueden tener sobre nuestra salud.

Ciertamente, muchos de esos aditivos se nombran con letras, cuya traducción no es compresible por buena parte de los consumidores. Tendríamos que tener conocimientos de química para saber que nos quieren decir.

Atrás ha quedado la vieja escuela del agricultor tradicional. Este, enriquecía la tierra con abonos orgánicos, y sus productos apenas tenían recorrido. Pasaban directamente al consumidor, conservando todos sus nutrientes sin necesidad de manipulación.

Pero en nuestro tiempo, enormemente consumista, no son rentables los métodos de ayer. Hoy hablamos de macromercados, y de masas ingentes de personas, dispuestas a consumir todo tipo de productos. Por eso, es conveniente emplear algo más de tiempo en hacer nuestras compras. Leer las etiquetas, para conocer el recorrido que tienen los productos es una buena costumbre.

La excesiva proliferación de enfermedades, y la mortalidad que causan, me hace sospechar que aquello que consumimos, quizá no sea tan saludable como se indica en las campañas de publicidad.

Algo tenemos que cambiar, ahora que la cocina está de moda. La estética y la pureza de los alimentos deben ser compatibles. No así la manipulación con fines comerciales, sobre todo cuando se pode en riesgo la vida de millones de personas.

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