De izq. a dcha., David Cubero, Francisco Carmelo Martín y Juan Carlos Sánchez, en la sede de ALCER


LOCAL
Actualizado 03/05/2016
Santos Gozalo

Juan Carlos Sánchez se sometió a un trasplante de riñón hace un año y David Cubero acude a sesiones de diálisis cuatro días a la semana

Juan Carlos Sánchez tiene 49 años y es feliz. Ahora puede beber, comer antojos o pasear sin detenerse a los pocos minutos por culpa de la fatiga. Su vida ha recuperado la normalidad. No hace falta que lo exprese con palabras. Lo revela su mirada, que resplandece en la sede de la Asociación para la Lucha Contra las Enfermedades del Riñón (ALCER).

La amplia sonrisa que exhibe ratifica que el trasplante al que se sometió el año pasado salió bien. Por eso, tras la operación, se sentía tan exultante que hasta le pidió una lata de Coca-Cola a la enfermera. Lo hizo para mitigar un anhelo que le acompañaba desde hacía mucho tiempo. Pero, en lugar de volver con un refresco, la sanitaria regresó con un plátano. "Lo comí encantado, ya que era uno de los alimentos que me habían prohibido al empezar el tratamiento", recuerda con jovialidad.

Aunque en estos momentos irradia optimismo, durante la enfermedad, atravesó momentos muy delicados. Sobre todo, al principio, cuando el médico le dio los resultados de las pruebas. Se derrumbó. No se lo esperaba. A pesar de que en su familia existían antecedentes. Había cumplido 43 años y unos quistes le estaban consumiendo los riñones.

"Sentí que se me acababa la vida", evoca. Le invadió el miedo. El obstáculo que se había cruzado en su camino le parecía enorme. Con la intención de combatir el pánico, se vio obligado a ir al psicólogo. Afortunadamente, en poco tiempo, recuperó las ganas de vivir, la fortaleza para salir adelante. "Al finalizar la tercera sesión, ya me sentía mejor", afirma con gesto risueño.

Vivió otro instante muy complicado en 2012, al poco de salir del quirófano por primera vez con un riñón trasplantado. A los dos días, el equipo médico tomó la decisión de extraérselo porque el órgano tenía un coágulo. "No me funcionaba y, al final, me lo sacaron", manifiesta. En 2015, volvió a la sala de operaciones, ya que había aparecido otro donante. Después, tras la intervención, tuvo varias complicaciones. Pero, con el transcurso de los días, y gracias a la medicación, superó todas las adversidades.

Durante el tiempo que estuvo bajo tratamiento, no quiso refugiarse en sus familiares. Fue reacio a expresarles sus sentimientos. Temía ocasionarles preocupaciones y, por eso, en los momentos difíciles, visitaba, sobre todo, la sede de ALCER.

Quien sí busca apoyo en sus seres queridos para afrontar las sesiones de diálisis a las que acude cuatro días a la semana es David Cubero: "Siempre han estado ahí para ayudarme". Tiene 49 años y debe pasar unas pruebas médicas para poder acceder a la lista de espera.

A los 21 años, se sometió por primera vez a un trasplante, sin éxito. "Ni siquiera llegué a salir del hospital con el órgano", rememora. Tres años más tarde, repitió experiencia, aunque con distinto desenlace: su cuerpo aceptó el riñón y, a lo largo de dos décadas, no le causó problemas. Ahora lleva más de cinco años acudiendo a diálisis. Encara las sesiones con filosofía gracias al apoyo de su familia y al buen ambiente que se respira en el centro médico. Todos los que se reúnen allí se apoyan mutuamente. Se infunden ánimos. Bromean, procuran buscarle el lado divertido a todo. Aprenden a relativizar las dificultades. "No se acaba la vida por esto", asegura. A veces, mientras está en el hospital, se sumerge en la lectura de un libro, escucha la radio o ve una película en el ordenador.

Desde hace dos meses, se encuentra mejor. Ya no necesita apoyarse en el bastón para pasear por el campo, unas veces con amigos y otras con sus dos perras: "Vivo en la comarca de la Armuña y me gusta ir a las tierras para ver cómo van creciendo las lentejas". En ocasiones, le dedica tiempo a su jardín y siempre está pendiente de sus animales. Al loro, por ejemplo, ya lo ha adiestrado. "He conseguido que no pegue gritos", dice con gesto sonriente.

Para David, lo más duro es no poder beber mucha agua: "Antes ingería hasta cuatro litros". Además, sus comidas no pueden contener potasio y con frecuencia siente picores por todo el cuerpo. "Lo mejor es no rascarse, ya que, si empiezas, no puedes parar", concluye entre risas.

La labor de ALCER Salamanca

Constituida en 1982, y con 300 socios en la actualidad, ALCER Salamanca es una asociación que ayuda de varias formas a enfermos renales. Presta apoyo tanto a trasplantados como a quienes van a diálisis. Se encarga de ofrecerles información, les reserva plazas en otros hospitales si salen fuera de la provincia o les gestiona los trámites para el reconocimiento de minusvalías y el cobro de prestaciones sociales.

Asimismo, mediante campañas y actividades a lo largo del año, este colectivo busca sensibilizar a la población sobre la importancia de donar órganos. "Puede salvar vidas", recuerda Francisco Carmelo Martín, presidente de la entidad.

En la provincia de Salamanca, hay alrededor de 170 personas que se encuentran bajo tratamiento. Y quienes se dirigen a los centros médicos en transporte colectivo, según aseguran desde ALCER, están expuestos a sufrir algún percance durante los viajes. "Las ambulancias solo pueden llevar a seis enfermos y, a veces, van en ellas hasta ocho; si no quedan sitios, les dicen que se sienten en las camillas, lo cual es un peligro, ya que corren el riesgo de salir despedidos en una curva", denuncia Francisco Carmelo Martín.

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