OPINIóN
Actualizado 28/04/2016
Aran Blanche

En una frase tan contundente como esta, se esconde una realidad que ha cobrado especial fuerza en los tiempos actuales. Y es que cada vez son más los jóvenes que deciden abandonar el mundo urbano por el mundo rural.

Cansados de esta sociedad asfixiante donde impera la inmediatez, la satisfacción momentánea, la obsesión por estar constantemente localizable y disponible, el agobio que ocasiona el mal uso de las redes sociales, y, en general, la vida en la ciudad, son muchos los que terminan optando por cortar de raíz y volver a los orígenes.

Claro está que puede sonar algo radical, sin embargo, me parece una elección muy sana para todo aquel que necesite, al menos por un tiempo, profundizar en su interior y reconectar con el entorno natural. De hecho, muchos se deciden por algo intermedio, como vivir en el campo pero trabajar en la ciudad. Porque, ciertamente, el ritmo de vida al que muchos de nosotros estamos acostumbrados termina por desequilibrarnos mentalmente, a veces sin darnos cuenta, y es al tomar distancia cuando somos realmente conscientes del problema.

Por otro lado, la vida en la naturaleza también contribuye a despegarnos de ese ego maldito que nos acecha temerariamente en esta era digital, en ese pavoneo constante en el que no importa tanto quién eres, sino quién haces creer que eres.

En resumidas cuentas, el mundo rural te obliga a prestar atención a situaciones que antes no habrías imaginado, y lo mejor de todo es que te hace aprender y evolucionar como ser humano. Pero, evidentemente, también tiene sus contras, porque vivir en el campo no es sencillo, hay que trabajar mucho y servir para ello, algo que mi familia se encargó de dejarme claro desde que tengo uso de razón. Sin embargo, al final, somos nosotros quienes decidimos si el esfuerzo merece la pena.

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