OPINIóN
Actualizado 25/04/2016
Redacción

Mi secreto fue siempre estar, permanecer sin moverme siquiera un instante de mí mismo. Atado al temblor cereal de las colinas que mayo dibuja siempre permanezco. Mientras otros viajan, yo me quedo en mí, giro en mi corazón como un pastor que ha perdido un cordero en medio de la bruma. La luz de primavera viene a protegerme. Mi alma es, a veces, un viejo palomar donde anidan los ojos múltiples del viento. Tardé mucho tiempo en encontrar la mano de quienes supieron levantar mis ruinas. Las piedras del tiempo me abren su lealtad. Aquí soy feliz. No deseo moverme. Mientras otros deambulan de uno a otro lugar, yo acojo el susurro de esta soledad que en mí es horizonte, parpadeo de sol, cebada y semáforo abierto al mediodía.

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