Cuando uno está en Grecia, participa sin querer en la creación de dinero negro, ya que bastantes establecimientos no aceptan sus tarjetas de crédito o remolonean a la hora de darle una factura.
Uno lo entiende perfectamente, dado que el tipo básico del IVA es del 23% y Alexis Tsipras ha propuesto a la troika (ahora, cuadriga) elevarlo al 24% para garantizar así el cumplimiento del próximo rescate por importe de 86.000 millones de euros.
Lo peor de todo es la existencia de una actitud bastante generalizada entre los ciudadanos griegos de que ellos no han participado en absoluto en los males económicos y sociales que padecen, que tampoco cometieron excesos de consumo ni cuantiosos fraudes fiscales en los momentos de máxima bonanza y que la culpa de todo la tiene fundamentalmente Alemania.
"Somos un protectorado de la señora Merkel", me dice una activista radical, para quien son los alemanes los que adeudan dinero a Grecia y no al revés: "Sólo en reparaciones por la invasión de los nazis en 1941 nos deben el doble de lo que nos piden que les devolvamos".
Esa cantinela de la bondad propia y la maldad ajena es compartida por muchos griegos. Al margen de que la gran mayoría de ellos no sean culpables de la que les ha caído encima, la ausencia de cualquier autocrítica sólo sirve para falsear los datos del problema. Por ejemplo, cuando se echa la culpa de la reducción de la producción de azúcar a la maldad de la UE y no al exceso de la oferta y a la carestía del producto. Otro ejemplo: el atribuir la crisis de los astilleros griegos a una conspiración de las potencias europeas y no a la competencia de la industria naval coreana.
Esa deformación ideológica de muchos de sus votantes es la que dificulta al Gobierno de Syriza su dura política de austeridad. Bastantes de ellos, incluso, me lo tachan de traidor. Otra amiga izquierdista llega a decirme que "se ha comprobado" de manera documental que los planes "para la actual destrucción de Grecia" son los mismos que ya habían pactado Mussolini y Hitler durante la segunda guerra mundial.
Con estos mimbres ideológicos de algunos de sus correligionarios, tiene bastante difícil Alexis Tsipras dar la vuelta al desastre económico y social causado por la crisis. No obstante, por fortuna, son muchos más los griegos que dicen "las cosas ya van algo mejor y aún seguirán mejorando".
Ojalá tengan razón.