OPINIóN
Actualizado 22/04/2016
Luis Miguel Santos Unamuno

Apuntes del natural. De la realidad. Para el futuro, digo. Y no porque fuera con los alumnos de viaje de estudios pues era yo quien los tomaba en un hotel de Canarias donde nos han recolocado tras los peligros de la Europa central que era nuestro destino inicial. Observador absorto de lo que me rodea en el comedor, en los pasillos, en la piscina, lo que más me asombra no es la diferencia de edad de nuestro grupo con los otros sino la diferencia de perspectiva en la que de pronto reparo: voy acompañando a adolescentes que concitan las miradas extrañadas y nostálgicas del resto de comensales pero me queda poco para llegar a ser uno de éstos. Me muevo ya como ellos, acerco la mirada a los carteles que informan del contenido de los platos del buffet pero son tan pequeños que para una vista con presbicia como si estuvieran en chino. Toda la timidez adolescente es aquí sustituida por el desparpajo de quien sabe que ya no juega el juego de la seducción y que la simpatía sustituye al coqueteo. Aún no las llevo pero pienso con temor que el comedor de un hotel de jubilados alemanes es de los pocos sitios donde puedes ponerte sin arrobo unas sandalias con calcetines

Por la tarde-noche ya no es tan divertido. Las terrazas de los restaurantes, con mesas de madera y manteles de cuadros, se llenan de solitarios, solos o en pareja, a los que se distingue con dificultad bajo unas luces mortecinas que resaltan aún más el aspecto crepuscular, indefiniblemente triste, de unos ancianos cuya tristeza en los ojos denota que no están disfrutando de esa soledad que no han buscado.

Parece que el Puerto de la Cruz donde ya pasé unos días me ha estado esperando un cuarto de siglo para despertar el día que vuelvo como en un Brígadoon invertido. Pero aún no deseo quedarme allí, es pronto, y no soy Gene Kelly ni está allí Cyd Charisse para enamorarme y quiero pensar que me quedan todavía muchas cosas por vivir fuera de esa distopía fantasmagórica.
En el instituto los alumnos tienen siempre la misma edad mientras yo me alejo de ellos y en Tenerife los huéspedes de hoteles anclados en el pasado también tienen siempre la misma edad pero ahora yo me acerco a ella. En los televisores que presiden cualquier salón de restaurante me informo de que se habla del voto para los mayores de 16 años. Alguien lo propone en un momento en que los análisis de las encuestas reflejan irreconciliables tensiones entre pasado y futuro. No me gustan esas guerras de edad.

Mis emociones las expresó mejor Kavafis en su Melancolía de Jasón. "El envejecimiento de mi cuerpo y su apariencia / son heridas de terrible puñal. ¡A ti recurro, oh arte de la poesía!". Quién pudiera.

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