OPINIóN
Actualizado 19/04/2016
José Javier Muñoz

El Instituto Tavistock, creado a mediados del siglo veinte para investigar la sicología y la conducta colectivas, mantiene entre sus principales aforismos la siguiente conclusión: «La eficacia de una propaganda política y religiosa depende esencialmente de los métodos empleados y no de la doctrina en sí. Las doctrinas pueden ser verdaderas o falsas, pueden ser sanas o perniciosas, eso no importa. Si el adoctrinamiento está bien conducido, prácticamente todo el mundo puede ser convertido a lo que sea».

O sea, que el "pueblo", los "ciudadanos", los votantes, los contribuyentes, los telespectadores... pueden ser convencidos de cualquier cosa, por absurda que sea, si se les adoctrina convenientemente. Las fórmulas consisten en estimular los peores instintos humanos (la pereza, el odio, la envidia, la codicia...) una vez revestidos con apariencia de valores justicieros e igualitarios. Los antecedentes, ejemplos y evidencias son tantos y de tal magnitud que sólo un necio puede negar tal aserto.

La demagogia ?el populismo? tiene armas más eficaces que la razón y la equidad porque su argumentario es la mentira, infinitamente más abundante que la verdad, y recurre a los defectos y debilidades. Es fácil crear estereotipos de buenos y malos. Es fácil mover a las masas mediante el palo y la zanahoria. Tanto, que todavía persisten los efectos de las mayores campañas propagandísticas ejercidas sobre la humanidad: la hipotética existencia de la justicia eterna, un cielo para los buenos (aquellos que se ajustan a las normas de los impulsores) y un infierno eterno para los malos (los que desobedecen aquellas normas). Puede aducirse que las religiones responden a la necesidad de los seres humanos por explicarnos el sentido de la vida y el deseo de trascender. Es así, pero de lo que se trata es de haber convertido la necesidad en herramienta de control como quien somete a los enfermos a la dependencia de un fármaco.

Las grandes ideologías totalitarias de lo que se conoce como derecha e izquierda (particulamente el nazismo y el comunismo) utilizan también los resortes sicosociales pimarios para aborregar a sus secuaces. En estos casos la pereza, el odio, la envidia y la codicia se orientan hacia el que es diferente, el que tiene más o el que se resiste a someterse a unos presuntos valores hábilmente dibujados desde la propaganda, como la raza, la patria, la solidaridad tribal y grupal, la redención de los de abajo o el castigo a los de arriba.

El deterioro de los sistemas educativos, la vulgarización de la cultura y la masificación del entretenimiento vacuo son factores imprescindibles a la hora de manipular cerebros, no tanto para "lavarlos" como para ensuciarlos a placer. Y el periodismo sectario apuntala el adoctrinamiento confiriendo visos de verosimilitud a los planteamientos irracionales de los extremistas.

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