OPINIóN
Actualizado 17/04/2016
Paco Blanco Prieto

El profesor alemán Heinrich Gottfried Ollendorff inventó en el siglo XIX un método pedagógico revolucionario para el aprendizaje de idiomas en edad adulta, consistente en formular preguntas al aprendiz que este podía contestar con las más disparatadas respuestas si la construcción de la frase era correcta. Así, a la pregunta "¿Te gusta el chocolate?", podía responderse "El río Tormes pasa por Salamanca".

No sé si será un método útil para aprender idiomas, pero lo que queda claro es que ese tipo de respuestas imposibilita la comunicación, porque una conversación tutelada por ese método no tiene ni pies, ni cabeza, ni tronco, ni extremidades, es decir carece de cuerpo comunicativo y esteriliza el mensaje.

Los mejores alumnos y más fieles practicantes del citado método son los políticos del colorín parlamentario, desde que se profesionalizó la vida pública con ciudadanos expertos en responder lo que se les antoja cuando se les pregunta sobre algo cuya respuesta interesa al pueblo, mereciendo el título de maestros en ollendorfismo: habilidad dialéctica consistente en hablar sobre los peces caribeños cuando se pregunta sobre la corrupción.

Semejante estado de fatuidad consciente, necedad advertida, idiotez esférica y estupidización creciente, conduce invariablemente a un diálogo besuguero entre preguntón y respondón, sin lógica alguna, que ofende a los testigos, insulta la inteligencia, masacra el sentido común y da ese punto de locura selectiva irredimible por la razón que condena la sinrazón de la casta que lo practica.

El enroque dialéctico de los políticos hace inútil los esfuerzos de quienes tienen el oficio de preguntar, por mucho que estos insistan en decirle "no responde usted a mi pregunta", porque la persona cuestionada dará una nueva respuesta que nada tiene que ver con la pregunta, prologando el bucle con un descaro que ofende al auditorio.

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