OPINIóN
Actualizado 16/04/2016
Julio Fernández

Profesor de Derecho Penal de la Usal

Siempre me ha parecido una conducta hipócrita la de aquéllos ciudadanos que alegan ser más patriotas que nadie; sobre todo cuando se apropian de signos, banderas y enseñas que nos corresponden a todos. Es más, en muchas ocasiones, para demostrarlo, no dudan en juntarse y ante cualquier motivo (por inútil y banal que sea) manifestarse defendiendo ideales y poniendo de manifiesto que quién no defienda esas posturas es un antipatriota. Ejemplos, por desgracia, tenemos muchos en España: Los herederos del nacionalcatolicismo nunca han dudado en manifestarse (portando banderas oficiales de España) contra los que son partidarios de la despenalización del aborto consentido o contra los que son tolerantes y admiten el matrimonio entre homosexuales.

Con esta conducta, lo que pretenden estos "patriotas de pacotilla" es trasladar a la opinión pública (nacional e internacional) que ellos son los únicos amantes de su país, los verdaderos y auténticos españoles y que, por casta y por tradición, les corresponde dirigir los destinos de su país, no solo en el ayer de los tiempos, sino también en el hoy y en el mañana. Y que todos los demás (aquéllos más críticos con posiciones intransigentes y ultramontanas, los que no están dispuestos a batirse en "duelo" por portar las banderas oficiales porque consideran que el ideal de una sociedad tolerante, justa, pluralista y democrática es aquélla en la que no haya desequilibrios económicos, que se respeten escrupulosamente los derechos de todos los ciudadanos y que se proclame el Estado del Bienestar como la bandera ideal que identifique a todos los seres humanos, provengan de Suecia, Siria, Nigeria o El Salvador), son el anti patriotismo y la anti España.

Curiosamente, el tiempo nos está demostrando que algunos de aquéllos "patriotas de salón", de aquéllos que se consideran propietarios universales de los destinos de nuestras Españas, prefieren tener cuantiosas cuentas corrientes en paraísos fiscales para eludir sus obligaciones tributarias en el Estado al que dicen querer tanto y por el que están dispuestos a dar hasta la última gota de su sangre. Y, claro, si eludimos la obligación del pago de los tributos estamos contribuyendo a que el Estado no tenga recursos para construir hospitales o escuelas, pagar a médicos, maestros, policías y pensionistas o construir carreteras, viviendas sociales o centros de atención para personas dependientes.

¿Cuáles son las consecuencias de estas actuaciones ultraconservadoras y no partidarias del Estado Social? Que sólo puedan hacer frente a sus necesidades vitales quienes tienen recursos, condenando al exterminio a quienes no los tienen, fomentando las desigualdades sociales e incrementando considerablemente las diferencias entre ricos y pobres.

Sabemos que algunos patriotas ilustres, como dos de los vicepresidentes que tuvo el expresidente Aznar en su gobierno, están siendo investigados por innumerables casos de corrupción y que el tercero (hoy presidente de gobierno, aunque sea en funciones) no sabe nada de posibles irregularidades en las reformas de la sede de su partido o de sobres de dinero negro. Incluso parece, según algunos medios de comunicación, que también las inspecciones de Hacienda están investigando posibles "incumplimientos tributarios" de ese expresidente que fue, paradójicamente, inspector de finanzas del Estado. Otros, como el ministro de Industria, tampoco aclaran si han formado parte de sociedades en paraísos fiscales, es decir, en los denominados 'papeles de Panamá'. Al menos, en esta ocasión, ha tenido la dignidad de dimitir.

No obstante, y a pesar de ello, estos personajes nos seguirán dando lecciones de patriotismo y dirán que quieren más a España, mucho más, que el resto de los mortales.

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