OPINIóN
Actualizado 16/04/2016
Manuel Lamas

Tenía un gran amigo con el que nunca mataba el tiempo. Cuando paseábamos por las calles de Salamanca, nuestra conversación se dilataba sin límites de tiempo. Réplica y contrarréplica alimentaban animados debates sobre distintas materias. Había cosas en las que no estábamos de acuerdo, aún así, nunca di por perdido el tiempo que pasé con él.

En ninguna de nuestras conversaciones llegamos a tratar sobre la naturaleza del suicidio. Tampoco su incidencia en la población; ni valoramos los datos que, en su momento, reflejaban las estadísticas. Pero sí hablamos de nuestros miedos; de esos temores que nos atenazan cuando los fracasos y las enfermedades emergen en el horizonte más cercano.

Una mañana, a través del teléfono, recibí la noticia. Mi amigo puso fin a su vida sin previo aviso. Desde ese día, me ha quedado un poso de dolor; otro de tristeza. Quizá porque, en los últimos meses, nuestra relación se había distanciado. Únicamente por teléfono nos interesábamos por la salud que, en su caso, pudo ser el detonante de tan fatal decisión.

Desconozco si mi acercamiento en tales circunstancias hubiera cambiado su conducta. Lo cierto es que, abandonó el tren de la vida, para llegar, antes de tiempo, a una estación desconocida. Es posible que ya sepa su destino o, por el contrario, permanezca varado en algún lugar a la espera de que alguien le conduzca hacia una realidad mejor.

Muchos pensamientos refresca mi memoria; sobre todo, su gran formación humana. Por esta causa, me cuesta más aceptar su ausencia. Sin embargo, cada persona constituye en sí misma un microcosmos que los demás no conocen. Multitud de elementos interactúan en la mente, obligándonos a discurrir por caminos que improvisamos al tiempo de vivir. Otras veces, la enajenación mental decide por nosotros.

Sea como fuere, no estoy en condiciones de valorar la conducta de quienes, en un momento determinado, toman una decisión tan desgraciada. Nadie puede hacerlo.

La vida, es lo más bello y prodigioso que tenemos. Sin ella, todo se desvanece. Hay que ganarla cada día, y defenderla por encima de todos los miedos y circunstancias.

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