OPINIóN
Actualizado 14/04/2016
Toño Blázquez

Resulta curioso y muy peculiar las formas que toma el lenguaje castellano en las distintas profesiones. Los giros gramaticales, el léxico y las palabras que se utilizan. Resulta también la mar de divertido y cómico cuando ese lenguaje propio de un determinado oficio lo sacas de contexto o, simplemente, no te das cuenta por un momento en el contexto en que te encuentras metido y pones cara de póker a determinadas preguntas.

Me explico: en una gran superficie reincido con frecuencia en observar las ágiles y doctas manos (y maniobras) de las féminas que atienden la sección de pescadería. Uno pilla el número, hace la cola pertinente (pacienciosa siempre). Pide una pescadilla, que te mira desde el mostrador de piedra y frío escarchado como un muñeco gris, desasistido ya y yerto? La pilla la chica por las agallas con la resolución más alta que puedan dar sus pulsaciones y ¡plás!, la planta en el tajo de un tortazo tremebundo. Y sujeta con la izquierda con rotunda intención, tal que si se le fuera a escapar, alza la temible macheta y te espeta con una vocecita de látigo de miel: "¿se la pelo y la hago filetes?". Oíganme, la pregunta tiene tela si te pilla desprevenido. Pero la cosa puede empeorar cuando al rato la expeditiva pescadera te inquiere "¿le corto la cabeza y le saco los ojos"?. Ahí ya no queda otra: ¡cojo el carro y zumbando a la sección de perfumería!, que es más liviana y no gastan ese tipo de cuestionario.

En resumidas cuentas: el castellano es maravilloso. ¡Qué razón tenía D. Miguel de Cervantes al no querer escribir en inglés!

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