OPINIóN
Actualizado 12/04/2016
Redacción

Al despertar el sol de la mañana

se proyecta la sombra del viajero,

procediendo a su paso por Aveiro,

embellecido por la luz temprana.

Cuando llega en la ría soberana

desde donde ilumina al orbe entero,

con profundo silencio el pasajero

ve desprender su sombra vana.

Y al descender el sol hacia el ocaso,

mirar su misma sombra ya no puede,

la esperanza de su estela le precede,

quedando en la memoria, paso a paso.

Es como una estatua, lector mío;

pero es una estatua encantadora;

llega hasta el alma, vence y enamora,

con mirar indolente, aunque no frio.

Paseaba mirando su sonrisa,

en un bello jardín de mil colores,

el perfumado ambiente de las flores,

que esparcía en las alas de la brisa.

Aun percibo el aroma de su ría,

y a esa luz del sonrosado cielo,

que cubrirá la noche con su velo,

con la luz de Aveiro en mi memoria.

Andrés Barés Calama.

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