OPINIóN
Actualizado 12/04/2016
Luis Márquez

HISTORIAS PODRÍTICAS (III)

Hasta yo quise ser él. Llegar a Naus y aparcar mi Ford fiesta en frente de la puerta con la única intención de que me vieran, aunque me afanase en hacer creer que era por pura comodidad. Desee que me mirasen a los ojos y no a los pies, que no me parasen en la puerta, que me saludaran los gorilas con una sonrisa de oreja a oreja y que bajara las escaleras casi levitando ante la envidiosa mirada de todos.

Pero no fue así. Para mi gracia, no tuve amigos cuyos padres le pagaron las juergas y las copas, y mucho menos las rayas a la llegada una adolescencia tardía y prorrogada. Un día entendí que no era ellos y me tuve que acostumbrar a ser yo. A llegar caminando, a esperar la cola en zapatillas e incluso a veces a soportar dolorosamente la deshonra de no entrar en los garitos.

No tuve Ford fiesta blanco ni jersey amarillo por mucho que escuchara a Hombres G. No me convertí en alguien que no soy ni quiero ser, una fachada o un recomendado. No me corrompí, ni robé, ni me aproveché del resto. No miré por encima del hombro y mucho menos me transformé en un muchacho que aprendiera que lo más importante en la vida es distinguir las clases sin clase alguna.

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