OPINIóN
Actualizado 07/04/2016
Redacción

Para pertenecer a la Real Academia de la Lengua se necesita la unanimidad de un nombre, entre los más relevantes de nuestra geografía, para ocupar un sillón con la letra correspondiente al abecedario. Todo queda en casa, como buen ejercicio de mutuo halago. Y, aunque sólo pidamos a la clase política que se pliegue a la austeridad del momento, bien es cierto que los miembros de la RAE no conocen la crisis. Están tranquilos, todos los años la institución recibe, de los presupuestos generales del estado, un total de 3,9 millones de euros. A su sede tampoco le falta de nada. Ubicada en la Calle Felipe IV, junto al Museo del Prado y el convento de Los Jerónimos, es un edificio singular que inauguró en 1884 la Regente María Cristina. Un palacio con solera, pero que quizás esté encantado y nadie lo haya notado. Porque los académicos que lo habitan padecen de una congelación del tiempo, a juzgar por sus modales y por su resistencia a modernizarse. Para empezar, desde su fundación en 1713, entre más de 1000 académicos, sólo 7 mujeres han tenido el honor de pertenecer a la misma, la primera Carmen Conde en 1979 y la última Soledad Puértolas en 2010. Pero ya saben que cuando se trata del mérito y la capacidad, estos no son dones que adornen la cabeza de escritoras, arquitectas, o profesoras de nuestro país. Es un lugar exclusivo para los sabios señores que casualmente aseguran sus redes a base de pactar quién entra y quién no.

Así como su director, Víctor García de la Concha, ha sabido aplicar la digitalización de los valiosos documentos de la institución, en cambio la modernidad en sus formas de trabajo se ha quedado fuera de sus muros. Es evidente su rancio sentido de la democracia en sus procesos de selección y acceso: ellos se lo guisan y ellos se lo comen gracias al dinero de todos. Cualquier institución pública está más controlada por parte de la ciudadanía, que estos dinosaurios de la sabiduría. Otro ejemplo de sus telarañas mentales lo encontramos en su discernimiento sobre qué palabras se incluyen, y cuáles no, en las sucesivas ediciones de su diccionario, referente de nuestro idioma castellano. Por ejemplo, si aún encontraremos la palabra género en su diccionario, en cambio sí han validado las palabras canalillo, papamóvil, spanglish, entre muchas otras. Y una más: la palabra friki, cuya acepción es extravagante, o excéntrico. Lo que no saben es que uno de sus académicos, Félix de Azua, lo representa fielmente al afirmar sobre Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, que sólo sirve para vender pescado. Las redes, con 17.000 firmas, exigen que deje su sillón. Pero esto no sucederá, ni siquiera pedirá perdón, el socorrido comodín de la clase política. Además, intuyo que algunos de sus compañeros, tan alérgicos a reconocer la capacidad de las mujeres, le felicitan por estar en sintonía con la antigüedad del palacio que ocupan.

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