OPINIóN
Actualizado 04/04/2016
Eutimio Cuesta

Son vivencias que florecen cada año.

Amaneció con una temperatura de once grados, con alguna vedija de nube extendida en el altozano y con un viento suave y acariciador. Un sol espléndido vino a resarcirnos del mal comportamiento del dios del frío y del dios de la lluvia, de días atrás; pero, dentro de su condescendencia solar, permitió que Thor, el dios del trueno, desde su carro chirriante, asperjara la merienda, mientras seguía, imperturbable y ruidoso, su lento camino hacia el Olimpo.

Sobre el origen del lunes de aguas, ya lo hemos contado cuarenta veces, ya sabemos que tiene que ver con el cumplimiento con Pascua de las "pornaes" salmantinas (de porneas, viene pornografía). Yo he dicho a la mujer que, si me pone hornazo, no celebro el lunes de aguas. ¡Vamos!, que no meriendo; es difícil, que, a nuestra edad, se nos obligue a romper con la tradición: lo nuestro es la tortilla, el fiambre, el flan de huevo, la rosca forrada de azúcar y el pastel. Lo demás es costumbre de otros lares, tan respetuosos como el nuestro; y no salgo a pedir el huevo con la cesta por las casas, porque ya no hay gallinas en los corrales y porque me da vergüenza, pero me quedo con las ganas, como se hacía, en los años de infancia, después de la rogativa por los buenos temporales, a la que asistíamos los muchachos tocando las esquilas y los cascabeles.

Recuerdo, de pequeño, que mi padre afeitaba al abuelo Pondera todos los sábados del año, y yo le bañaba mientras la tía Gregoria se echaba un parlao con mi padre al amparo de la lumbre. Todos los lunes de aguas, la tía Gregoria me obligaba a pasar por su casa a buscar el huevo y la roca; su hija Alfonsa siguió con la costumbre, año tras año, incluso cuando estaba bien casado, hasta el mismo año en que murió. La tradición es la tradición, y la tradición hace pueblo, como camino el andar.

Las Cárcavas, el lunes de aguas, se llenan hasta rebosar; los dulzaineros agasajan a unos y a otros con sus trinos melodiosos, mientras aquellas mujeres del descampao jugan a la comba, los hombres echan la partida y los más jóvenes juegan al fútbol para hacer hueco a la tortilla y demás manjares; la bota corre sin dirección y vuelve, querenciosa, a las mismas manos del amo. La alegría, la satisfacción, el jolgorio y la paz del alma se adueñan del paraje, a la vez que el jilguero espera, impaciente, que se silencie el alboroto y la jarana para acostarse, plácido, en la cuna prefabricada de la zarza. Todo resulta bonito; prueba es que, hasta que el sol apaga su última ascua con las tenazas del horizonte, el personal, con alguna excepción, no levanta el hato.

Un año más, y que duren el festejo y la armonía en sana convivencia por siempre.

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