Turquía lleva años llamando a la puerta de la Unión Europea. Y además es un país muy peculiar de cultura y religión respecto al resto de los integrados. Estratégicamente situado en un cruce tan conflictivo como importante (por eso la Otan sí que lo tiene como aliado). Y ahora es puerta de entrada y salida y guardián de discoteca en nuestra democrática fiesta europea. Y tal como está el barullo mundial por esas y estas zonas le agradecemos que así sea. Agradecemos su atenta vigilancia y colaboración diciéndoles que sí pero no, que tal vez les admitamos con el tiempo, que haremos tratados favorecedores con ellos, y les largamos ahora miles de millones de euros sin plazo y necesarios para sostener esa portería con firmeza. Así somos.
Mientras Turquía actúe como aliado colaborador de occidente lo tendremos mejor en esa lucha contra enemigos extremistas casi invisibles. El día que se alinee con el otro bando (que puede darse), se nos hará algo más crudo el asunto. Por todo eso más paños calientes a la política turca. Dineros, promesas, sonrisas, vista gorda a algunos de sus desmanes internos, todo eso que forma parte de la benévola mirada al actuar de un amigo y aliado.
Llamativo (cuanto menos) resulta el tirón de orejas del gobierno turco a los gobiernos holandés y belga, por tramitar tan mal el asunto de uno de los yihaidistas de Bruselas, devuelto con cartel de peligroso por Turquía a Holanda, y dejado libre por ese gobierno. Eso. Los turcos avisándonos del peligro y nosotros haciéndoles caso a medias. Por eso ahora mismo tan importante para Europa, tanto como los movimientos que realicen Merkel, Hollande y Cameron para resguardar nuestra seguridad amenazada, resultan los del turco Erdogan al otro lado del Bósforo, en esa puerta tan transitada de entrada y salida.