Desde Alicante, en ese descanso de reflexión, que también es vacacional, al que nos invita la Semana Santa, pienso en algo ocurrido en Salamanca que sea reciente y reseñable para el presente artículo y recuerdo que aún no nos hemos felicitado lo suficient
Este merecimiento ha coincidido con la puesta a punto de su estructura, tan necesaria después de impagables servicios cuando la ciudad, dividida por el Tormes, sólo tenía la alternativa del Puente Romano. Fue a finales del siglo pasado y principios del presente siglo cuando el Enrique Estevan se vio desahogado por otros tres puentes, y ahora le ha llegado el momento de su remozamiento.
PUENTE DE ENRIQUE ESTEVAN
Ortodoxia o no ortodoxia
debiera a muchos pensar
que Enrique Estevan con uve
pudiera ser medieval.
Apellido a un puente asido
en honor de un concejal
el año trece del veinte,
sólo cien años atrás.
Dios quiera y no tenga el puente
neumonía residual
por pilares bajo el agua
y su salud sea inmortal.
Qué orgullo, don Enrique,
qué arte tan encomiable,
don Saturnino Zufiarre,
¡ingeniero del metal!
¡Que Salamanca os lo pague
aunque pasen dos milenios,
que vuestros nombres se saben
y el del romano es incierto.
Pero no hay que compararlos.
Hoy nos toca hablar del vuestro.
Que los siglos nos lo amparen,
que en limpio Tormes refleje,
que corteje catedrales,
que magnetice al foráneo,
que reciba exclamaciones,
que le dibujen de día,
que le retraten de noche,
que le lleven para China,
que acoja a todo el que pase,
que le den antioxidante
[como suero reparable
y que el puente siempre ensueñe
[¡una postal memorable!