OPINIóN
Actualizado 26/03/2016
Redacción

Cuando hablamos de pasión en estos últimos días de cuaresma y semana santa, parece lógico que nos estemos refiriendo a los sufrimientos y dolores de Cristo que, por otro lado, están bien reflejados en las procesiones y demás manifestaciones de Semana Santa. Los españoles somos un pueblo más dado a celebrar el dolorismo que el triunfo de la resurrección y de la vida.

Pero ya que seamos aficionados al dolorismo, pensemos más que en procesiones e imágenes en lossufrimientos y pasiones de tantos hombres, que no sólo los sufren en estos días de Semana Santa, sino permanentemente: víctimas de la guerra de Siria y, sobre todo, de las descerebradas actuaciones del ISIS o estado islámico, masacrados por la guerra, encarcelados y perseguidos, maltratados, víctimas de abusos y personas llevadas a la muerte violenta y a veces sádica, sobre todo de cristianos, mártires de nuestro tiempo, y multitude de desplazados y refugiados, que tienen que padecer, además de los sufrimientos de su huida, los de la incertidumbre, los peligros y la tremenda falta de generosidad de los gobiernos europeos.

Pero pongamos de relieve los sufrimientos de las familias afectadas en los terribles actos de terrorismo realizados en el aeropuerto internacional de Bruselas, y en el metro de la misma ciudad. Y que nos afectan de algún modo a todos, al menos los europeos, porque todos nos sentimos amenazados y atenazados por el miedo.

Hemos celebradoestos días el aniversario del avión de la compañía germanwins estrellado en los Alpes. Y ahí hemos visto a las familias de los muertos sobrellevando sus inevitables sufrimientos. Y en la actualidad el accidente del avión ruso, donde morían incluso dos españoles. Y el accidente del autocar que regresaba de la fiesta de las fallas y que costó la vida a una docena de chicas estudiantes de becas Erasmus en la Universidad de Barcelona.

Estos son los últimos sufrimientos por acontecimientos ocurridos recientemente y que nos afectan de cerca. Pero no podemos olvidar a la multitude de inmigrantes que vienen a nuestras ciudades y pueblos, y que no pueden llegar sin dejar por el camino, o por el mar, multitud de victimas mortales. Y los miles y millones de los que ni siquiera pueden iniciar el camino de la inmigración, y que sufren las consecuencias de la terrible pobreza que los occidentales, miembros de países ricos, ni siquiera nos molestamos en resolver, conformándonos con las migajas que pueden llevar las ONGDs civiles.

Y no podemos olvidar los abusos sexuales o de tráfico de personas, y aun la utilización de niños para jugarse la vida en las múltiples e insensatas guerras. ¿Y olvidaremos la multitude de muertes de inocentes por las prácticas del aborto.

Y cerca de nosotros conocemos a gran número de ancianos solos y abandonados, de enfermos, de niños ajenos a su propia familia desestructurada o consecuencia de divorcios conflictivos que se disputan la propiedad de los hijos, aunque sólo sea para causar daño a su pareja divorciada.

Todos podemos descubrir otros muchos modos de dolor que padecen tantas personas, muchas veces hasta la desesperación, la depresión o el suicidio.

Además del dolor de Cristo en su Cruz, existen otras muchísimas cruces que habrá que afrontar y remediar de alguna manera, si es posible, al menos hacienda todo aquello que esté en nuestras manos. Mitiguemos el dolor, si es que no podemos hacerlo desaparecer del todo.

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