OPINIóN
Actualizado 26/03/2016
Julio Fernández

Profesor de Derecho Penal de la Usal

Hace unos días que los 28 países de la Unión Europea y Turquía han llegado a un acuerdo para deportar a este país a los refugiados que están llegando a las islas griegas, huyendo de la horrible guerra que está asolando a Siria e Iraq. A simple vista, parece un acuerdo difícilmente compatible con la normativa internacional sobre derechos humanos y refugiados. Aunque lo disfracen con el titular de que no serán expulsiones colectivas, analizando las distintas Convenciones o Tratados Internacionales, hay dudas más que razonables para entender que el acuerdo puede ser contrario a lo establecido en el artículo 14 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, de 1948: "en caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país", a los artículos 18 y 19 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, "se prohíben las expulsiones colectivas. Nadie podrá ser devuelto, expulsado o extraditado a un Estado en el que corra un riesgo de ser sometido a la pena de muerte, a tortura o a penas o tratos inhumanos y degradantes"; y sabemos que Turquía no es, precisamente, un ejemplo de estabilidad y un paradigma de respeto a los derechos humanos.

Por su parte, la Convención de Ginebra sobre Refugiados, de 1951, en su artículo 33 establece que "ningún Estado contratante podrá, por expulsión o devolución, poner en modo alguno a un refugiado en las fronteras de territorios donde su vida o libertad peligre por causa de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social, o de sus opiniones políticas". Y el artículo 4 del Protocolo Cuarto (de 1963) al Convenio Europeo de Derechos Humanos, de 1950, se establece que "quedan prohibidas las expulsiones colectivas de extranjeros".

Este acuerdo entre la UE y Turquía tiene varias zonas oscuras, impropio de países civilizados y avanzados, sobre todo de la UE, que es la cuna de los derechos humanos, de la lucha contra cualquier forma de totalitarismo y pionera en las políticas del Estado del Bienestar. Parece más bien un acuerdo exclusivamente mercantilista (no de solidaridad con los refugiados que huyen de la muerte) que le conviene a Turquía porque va a recibir una sustanciosa cantidad de dinero como compensación y tener la vía libre para el acceso al club de los países de la UE, algo que lleva reivindicando desde hace muchos años.

Es humanamente comprensible que los ciudadanos sirios e iraquíes huyan de la barbarie, de la guerra, del salvajismo sin precedentes que están aplicando los terroristas fundamentalistas yihadistas del denominado Estado Islámico (Dáesh), que el derecho internacional humanitario les proteja y que los países europeos les concedan el derecho de asilo. Así lo prevé la Carta de derechos Fundamentales de la Unión Europea, dentro de las normas de la Convención de Ginebra y del Protocolo de 1967, sobre Estatuto de Refugiados y de conformidad con el tratado constitutivo de la Comunidad Europea.

Y aunque no debería ser así, el problema se agrava con los espeluznantes atentados terroristas en el metro y el aeropuerto de Bruselas del día 22, que han dejado más de 30 muertos y cerca de tres centenares de heridos. Lo que pretenden estos desalmados es, precisamente, que occidente cierre las puertas a los refugiados, que exista más racismo y xenofobia, que resurjan partidos fascistas y nazis y que se declare el estado internacional de excepción. Una vez más hay que manifestar que el terrorismo (también el islamista radical) debe combatirse con las armas que nos brinda en Estado de Derecho y la normativa internacional. Ya no estamos en la época de las Cruzadas de Don Pelayo ni de Ricardo "corazón de león". Como bien afirma Fernando Reinares (experto en terrorismo yihadista transnacional) los ciudadanos tenemos que incrementar nuestra resiliencia (término psicológico que determina la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas) y no dejarnos provocar por lo que realmente quieren estos criminales, que no es otra cosa que sembrar el terror en la población e imponer la razón de la fuerza sobre el espíritu de la ley.

Europa no puede caer en la tentación del terrorismo, del fanatismo religioso e ideológico, de la depresión social y económica y del miedo generalizado; creo que ya quedamos escarmentados con la mayor vergüenza de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración de Hitler, Stalin, Franco, o los execrables crímenes de genocidio y lesa humanidad en las guerras de los Balcanes, que causaron millones de muertos y refugiados. No volvamos a alimentar aquél "huevo de la serpiente", brillantemente llevado al cine por el director sueco Ingmar Bergman, en 1977, película en la que se relataba la progresiva destrucción de la débil democracia alemana en los años 20 del siglo pasado, la denominada República de Weimar, y su paulatina sustitución por un régimen totalitario.

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