Tras los atentados de esta semana en Bruselas, el grupo neonazi Hogar Social Madrid, en mitad de un despliegue mediático que diese cuenta de su acción, lanzaba bengalas contra la mezquita de la M-30 madrileña sin preocuparles lo más mínimo que en ese instante hubiese personas dentro.
Quien crea que los últimos meses tras el 20D han sido sencillos, poco sabe del latir de una organización política. Y no me refiero en absoluto a ningún tipo de negociación, a ningún ritmo institucional ni al oleaje común a los análisis, siempre interesados, de cualquier resultado.
En los últimos meses, el auge de los partidos neofascistas, anti-inmigración y euroescépticos ha llegado hasta el corazón de la Unión Europea. El partido AfD subía como la espuma en las elecciones regionales alemanas, uniéndose a la señora Le Pen, Amanecer Dorado, los grupos neofascistas de Europa del Este? confrontándonos con la urgencia de ser capaces de crear una alternativa social y políticamente fuerte que lleve a la marginalidad a quienes ondean su xenofobia como programa político. Quienes, por cierto, desde el Partido Popular en nuestra ciudad, amparándose en el Ayuntamiento de todos, han reído las gracias a este tipo de colectivos pecan de una ceguera e irresponsabilidad política mayúscula.
Junto al auge de los partidos neofascistas, la Unión Europea con su respuesta a la crisis de los refugiados y el acuerdo criminal y vergonzoso con Turquía ha dinamitado definitivamente la identidad simbólica que permitía relacionar Europa con la defensa de los derechos humanos, y que nos permitía ya a duras penas, mantener en pie la noción de que frente a un EEUU y una China impunes en su violación sistemática de la Declaración Universal, siempre quedaría la vieja Europa. Pues bien, ese escenario ha desaparecido.
No sólo nos enfrentamos a una Alemania incontestada, feroz y ciega, que en su fanática aplicación de la política de recortes de la Troika, está creando las condiciones de dolor social en las que la política de chivos expiatorios encuentra su mejor caldo de cultivo. Y no sólo nos enfrentamos a una política exterior europea en la que el neoliberalismo y su corte de multinacionales y lobbies han encontrado un aliado perfecto, la excusa necesaria para mantener el impulso de nuestras empresas armamentísticas tanto en África como en Oriente Medio o las interesadas y suculentas relaciones comerciales con países como Arabia Saudí, que nos impiden dar los pasos lógicos para cortar las vías de financiación de ISIS e impulsar el apoyo a las fuerzas democráticas en el mundo árabe.
Es que junto a todo ello asistimos en toda Europa a la escenificación de la muerte de los partidos socialdemócratas, tal y como el PSOE nos ha mostrado en su pacto letal con Ciudadanos en nuestro país, precisamente en el momento en el que con mayor fuerza tenemos que articular una respuesta. Una muerte de la socialdemocracia, incapaz de crear un programa económico fuera de los parámetros pautados por la derecha europea, que ha llevado al grupo socialista a su propia indefinición y a una crisis de identidad sin precedentes.
Crisis, por cierto, a la que esta otra izquierda acostumbrada a perder y aún envuelta en cantos de sirena del siglo veinte incapaces de asumir la propia derrota frente al rampante auge neoliberal puede condenarnos a no estar a la altura de lo que la realidad necesita hoy.
Como bien nos han demostrado, despertándonos de nuestro propio letargo, las crueles imágenes de humillación a personas sin hogar en Madrid o Roma, no han sido precisamente los valores democráticos los que han generado en los últimos años un "pueblo europeo". Ni que decir tiene, por tanto, que interpelar a sujetos colectivos supuestamente revolucionarios no puede ser otra cosa que un "recuerdo vintage".
De igual manera me sorprendería, por ejemplo, que fuesen los mismos popes y sus bendecidos (como tan inteligentemente señala Villacañas en este artículo) que llevaron al PCE y a Izquierda Unida en nuestro país a generar una cultura política organizativa interna basada en la desconfianza, la ferocidad, la lucha irredenta por un contrato como liberados o el entrismo de cuadros huyendo de su propia deuda, enredados durante décadas en estas cuestiones mientras el aznarismo asolaba nuestro país, pudiesen como decía a día de hoy, incluso incorporándose a nuevas organizaciones, darnos lección sobre nueva política alguna (a no ser que hablemos de otros intereses) a la altura de las circunstancias.
Estar a la altura de la realidad hoy por hoy nos exige ser capaces de crear una alternativa política que aglutine a la mayoría alrededor de los valores de la democracia y la defensa de los derechos sociales. Frente a la tentación de respuestas fallidas que desvíen el descontento y el dolor social hacia el odio a la inmigración, la negación de la política o dinamitar las posibilidades sociales de otra Unión Europea, la realidad nos exige nuestra máxima inteligencia.
Eso supone, hoy por hoy, tomar consciencia de que en el malestar de los de abajo frente a la minoría privilegiada, reside una fuerza de transformación muy superior a la de la "izquierda identitaria". Supone tomar consciencia de nuestra obligación de hablar para tod@s, de dirigirnos a tod@s y de dejar atrás viejos tics de organizaciones de ombligo. Nos exige disputar los sentidos y ser nosotros quienes legítimamente nos apropiemos de la definición de nuestro proyecto de país. No estamos aquí para la militancia ni para nosotros mismos. Para hacer "política estética" ya hay demasiadas organizaciones.
Estamos aquí para afrontar lo que la realidad nos exige: ser capaces de crear un pueblo europeo nuevo, un pueblo español nuevo alrededor de la defensa de la dignidad, no contra ella. Y no va a ser fácil tal y como estamos viendo.
Así que, hagamos el favor, estemos a la altura de la realidad, dejemos los tics heredados, las demostraciones de testosterona, las respuestas fallidas y a sus popes a un lado, porque es la próxima década entre neofascismos, neoliberalismo, pérdida de derechos y pobreza lo que está, no sólo para España y Europa, en juego.