Mi querido Diario: hoy ha sido un día de mucho pensar. Me levanté a las seis y media de la mañana, como casi todos los días para hacerme unos kilómetros en la cinta del gimnasio que tengo al lado de casa. En la tele los refugiados sirios siguen gritando e intentando inútilmente saltar o romper las vallas de espino que les colocan delante o empujar a los policías para abrir huecos y huir. No se sabe dónde. A un primo de mi esposa le ha dado un ictus, un buen tipo. Voy a verle al hospital. Allí hay más gente intentando solventar la misma papeleta que les ha impuesto la vida. Otra vez hay que aprender a leer, a andar, volver a la infancia, a la escuela. Es como una sonrisa malévola de algún dios paisano de Judas. O algo así. Y se muere en una semana el marido de una buena amiga. Querido Diario: yo no sé que pasa hoy, todo el día pensando en la muerte, en que me queda poco, en que la balacera me rodea y yo me libro de milagro. Claro, tú estás aquí con tus hojitas, en el cajón, tan tranquilo hasta que vengo yo a tu vientrecito a escribirte mis cosas. Hoy he vuelto a Macotera. Se murió ?otra vez la muerte- un primo de mi padre. Ya estoy de vuelta. Cojo el guión y me voy al ensayo de teatro. Porque, no sé si lo sabes Querido Diario, yo sigo con mi alma de saltimbanqui. Cuando me toca la escena me da una sed del demonio. Y me digo: ¡a ver si me da un patatús y sigo la racha del día. Bueno, te dejo por hoy que me veo un tanto atropellao?