OPINIóN
Actualizado 23/03/2016
Manuel Alcántara

¿En cuántas ocasiones decimos y en qué contextos insertamos esta expresión? ¿Es un aviso a un interlocutor molesto o un reclamo mediante el que queremos situar un momento en el pasado? La realidad es que para muchos se trata de una muletilla que complementa una determinada acción o pretende enfatizar cierta radicalidad en una postura. A menudo evoca aquella época añeja que añoramos cuando hicimos algo que sabemos que no vamos a repetir. Pero quizá es simplemente un trampantojo, un ardid usado en conversaciones de viejos amigos cuando los recuerdos flaquean y alguien osa rememorar lo que el resto ya ha olvidado para construir lo que nunca fue. En ocasiones, urgido por el ansia cuantitativa, se demanda a quien lo dice por la precisión máxima, por la verificación cabal, de que ciertamente no hubo más veces.

Sin embargo, me interesa más su sentido cuando no se explicita. Su carácter incógnito cuando no somos conscientes de que vivimos una circunstancia, topamos con alguien, vemos un atardecer muy especial, sentimos una sensación antigua, estrechamos la mano de aquel conocido, escuchamos una melodía conmovedora, saboreamos el dulce de la niñez, y que todo está sucediendo, lo estamos haciendo, por última vez. Con muy poca frecuencia somos conscientes de esta posibilidad, en gran medida por el peso del azar, y cuando lo somos desterramos de nuestra cabeza la idea de inmediato, porque puede resultar insoportable. Es una cuestión de supervivencia mental. Únicamente en momentos en los que nos domina la melancolía no solo podemos afrontarlo sino que lo buscamos y, aunque sea por un breve lapso, deseamos rumiarlo, masticarlo hasta el final para sacar el jugo más amargo que nos hace sentirnos vivos.

Las palabras camuflan sus significados y lo que de verdad nos angustia lo protegemos con el silencio. No existen revestimientos fatuos y los juegos florales quedaron atrás en el tiempo. Somos muy conscientes del terreno que pisamos y del alcance de las reglas de juego. Por eso omitimos decir, incluso pensar, cuando percibimos la posibilidad de que algo lo sea por última vez. Distraer el pensamiento de que la mejilla que recibió tu beso, la mirada firme que mantuvo la tuya, la fragancia y el calor de su cuerpo, el timbre de voz que tanto te estremecía, fueron sensaciones penetrantes que sucedieron por última vez. Perder la conciencia de cómo será el mañana sin él, sin ella, vacío.

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