OPINIóN
Actualizado 21/03/2016
Rubén Martín Vaquero

Sostiene Ernesto que cada día encuentra más gente desorientada, como si no tuvieran puntos de referencia en el pasado, o estuviesen anclados en la adolescencia, o hubiesen perdido el norte. Recuerda que hace tan solo seis u ocho años los ofuscados eran poquísimos, y pasaban desapercibidos.

La cuestión es que como estos entrañables dispersos han ido tan escandalosamente a más, y con tantos matices, nuestro amigo se ha visto en la necesidad de establecer una somera clasificación para comprenderlos mejor y, llegado el momento, poder socorrer su confusión.

El primer lugar lo ocuparían los santos inocentes, que desde la peana a la que se han encaramado reparten bondad a chorros, cuando tienen público.

El segundo puesto sería para los primos de Einstein, o mentes privilegiadas que se piensan listísimos porque ven el telediario todos los días y aprendieron, con un derroche de esfuerzo por parte de sus maestros, a hacer la "o" con un canuto.

En el tercero conspirarían los que creen que la sociedad les debe algo, sin hacer lo más mínimo para merecerlo. ¿Qué importa que su "paguita mensual" vaya en detrimento de ayudas sociales y de una cobertura digna para los trabajadores en paro?

En el cuarto profesarían los revolucionarios de salón que luchan contra el sistema, mientras ellos y sus familias viven cómodamente de la función pública.

Por el quinto andarían los defensores a ultranza de la enseñanza pública, que matriculan a sus hijos en los mismos colegios privados/concertados donde ellos estudiaron.

En el sexto relampaguearían los fuegos fatuos de los cerebros desaprovechados; resentidos diamantes en bruto que hablan, pero no pronuncian.

En el séptimo militarían los luchadores por la libertad que, ocupados en los duros y agotadores combates dialécticos con sus iguales, no tienen tiempo para trabajar y les mantienen sus padres, sus novias o unos primos de? Cuenca.

El octavo puesto lo ocuparían los predicadores de la honradez ajena; rigoristas para quienes las estrechuras de conciencia que exigen en los demás no cuentan para ellos.

La novena plaza se la llevarían los nacionalistas de países que nunca existieron; españoles que cuando oyen a los meteorologistas llamar país a su pueblo, los pelos del sobaco se les ponen como escarpias, pegan un salto y levantan el brazo para aliviarse.

El décimo es para los que viven de espaldas a los problemas sociales del país, creyendo que si los ignoran dejarán de existir.

Y en último lugar localizaríamos a los corredores de oreja, o curiosos equipados con radar, prismáticos y megáfono que sueñan con ser el perejil de todas las salsas.

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