OPINIóN
Actualizado 19/03/2016
Ángel González Quesada

No hacía falta un hecho concreto para que la admirable actividad pública y la gestión de la alcaldesa de Barcelona desatase las iras y los más tremebundos furores de los reaccionarios de este país, pero ha bastado que Ada Colau exprese ante un uniformado militar la opinión que a la mayoría de los concejales de su ayuntamiento ?y a muchos más fuera de él- les merece la chocante presencia de las charreteras en un Salón de la Enseñanza, para que el facherío dolido y desazonado desde las últimas elecciones municipales, desate sus santas indignaciones y, creyendo haber alcanzado con este asunto militar la posesión de argumentos poco menos que indubitables en el especial caletre de sus fobias, arremeta de malas y peores formas contra una de las personalidades políticas más destacadas de los últimos tiempos, y no sólo en Cataluña.

A los ultramontanos políticos que en este país meriendan, y por estas Castillas de nuestros pecados abundan más que los vencejos, hay cuatro o cinco cosas cuya sola mención y mucho más su cuestionamiento, viene a sacarlos de quicio: las discusiones sobre la unidad de lo que ellos llaman 'la patria', los intentos de explicación o esclarecimiento de la verdadera historia del franquismo, los ataques a los privilegios y prerrogativas de 'su' religión y, naturalmente, el cuestionamiento de la utilidad del ejército 'salvador', además de cuatro o cinco vicios públicos incurables en los que se ejercitan con fruición, como el gusto por la tauromaquia, la defensa de la enseñanza religioso-privada, el victimismo como profesión o la explicitación social de la riqueza.

En realidad, tanto los insultos como el del, más que descerebrado, imbécil concejal palafollense (reproducir sus palabras sería respetarlas), como los continuados que desde su toma de posesión viene recibiendo la señora Colau por parte de la derecha más reaccionaria, obedecen más que a la frustración política de la derrota electoral ?que también-, a la evidentísima constatación pública de una gestión brillante, efectiva y honesta, que cada día deja en evidencia la incapacidad, la inutilidad y la absoluta negligencia de otras administraciones y otros administradores en Cataluña y fuera de ella, y que abochorna a cualquiera con el continuado conocimiento de pasados hábitos y costumbres, privilegios y prerrogativas; una gestión que ha reconciliado a gran parte de la ciudadanía con la actividad política y la gestión de lo público y que es admirable desde cualquier punto de vista que no incluya el sectarismo en sus pupilas. Igual que en Madrid, Cádiz y otras ciudades en que el aire fresco de los nuevos modos de gobierno municipal han desatado insultos, descalificaciones e infundios, en los despachos de la alcaldía de Barcelona han tenido que aprender a desayunarse cada día con las ocurrencias de la mala baba crónica, las bilis de la incapacidad para la derrota y también, también,el fruto amargo de la más pura envidia.

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