OPINIóN
Actualizado 19/03/2016
Tomás González Blázquez

¿Sería posible que las hermandades alcanzaran un consenso numérico para programar sus aniversarios según un mismo patrón, ahora que están en racha de consenso al aprobar por unanimidad la eterna reforma estatutaria de la Junta de Semana Santa? ¿Podrían aprovechar el viento favorable para conseguir en 2017 una programación de Cuaresma equilibrada, sin excesivos solapamientos, reservando algunos actos relevantes de forma que se facilitara la participación de todos?

¿Duerme para siempre la pretendida reorganización del programa de procesiones, que no debiera plantearse como un "arreglo" de la tarde del Viernes Santo, más allá de que luego contara o no con el acuerdo general? ¿En pocos años contaremos con una procesión de la Santa Cena, auspiciada por la Archicofradía del Rosario, ojalá en la tarde del Jueves Santo? ¿El ejercicio de las Cinco Llagas que introduce este año la Hermandad Dominicana evolucionará hacia una renovada procesión del Cristo de la Promesa?

¿Lograremos conservar la hermosísima imagen de Jesús del Perdón después de que las Madres Bernardas hayan abandonado la ciudad? ¿Sería descabellado que este Cristo que rompe las cadenas y concede la libertad recibiera culto, aunque fuera ocasionalmente, en la capilla del centro penitenciario de Topas?

¿Escucharemos las marchas procesionales dedicadas a las imágenes de la Semana Santa salmantina y seremos capaces de reconocerlas? ¿Volveremos a ver algún año los emblemas de las cofradías en la fachada del Ayuntamiento según el mismo protocolo que rige en ese preciso lugar para las banderas, esas que ya no se colocan a media asta el Viernes y Sábado Santo en señal de luto? ¿Dejaremos de oír comentarios despectivos hacia los grupos escultóricos que procesionan en carroza de ruedas, como si no fuera una manera digna de llevarlos por las calles, mientras se sigue potenciando la carga frente a la fila: "Si no cargo, no salgo"?

¿Por qué cuando la procesión de Resurrección la "organizaba" la Junta de Semana Santa acudían representaciones de todas las hermandades y ahora que vuelve a organizarla su titular desde 1616, la Vera Cruz, alguna se ausenta? ¿Acompañaban al Resucitado o al consejo rector de la federación cofradiera?

¿Evolucionará la imaginería hacia formas que sigan llegando al fondo de otra manera, entroncando con lo de siempre y con lo de aquí, quizá profundizando en iconografías no exploradas, por ejemplo el Cireneo llevando la cruz tras Jesús, como se insinúa somera y acertadamente en el grupo del Despojado, o reinterpretando las más tradicionales?

¿Se sostiene que en los debates sobre tal o cual cartel, sobre este acto o aquella publicación, predominen los personalismos sobre el objeto de discrepancia, atendiendo a qué persona o institución convoca, edita, organiza o promueve? ¿Cómo puede pesar más quién está en la junta directiva, circunstancial, que la propia cofradía, que permanece, dándose casos de no salir en procesión porque Fulano es el hermano mayor, Mengano el jefe de paso o no me gusta cómo Zutanita viste a la Virgen? ¿Todavía no somos capaces de reconocer lo bueno de los otros y lo malo de nosotros mismos? ¿Estamos listos para resucitar en la próxima Vigilia Pascual?

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