OPINIóN
Actualizado 19/03/2016
Manuel Lamas

Si de algo podemos beneficiarnos los fotógrafos, es de contemplar imágenes que difícilmente pueden ver quienes salvan apresuradamente los espacios. A veces nos perdemos por parajes apartados buscando tomas diferentes. En mi caso, aprovecho muchos de esos desplazamientos para reflexionar sobre diversas materias.

En uno de mis paseos, sin que apareciera nada digno de ser capturado, destine el trayecto a realizar una prueba: Bordeaba el río por un camino de tierra, donde el tránsito de individuos era muy reducido. Durante el tiempo que duró la caminata, apenas me crucé con diez personas, algunas de las cuales, iban acompañadas de su mascota. Al pasar a su altura, buscaba la atención con la mirara para emitir mi saludo. Pero, solo tres, correspondieron amablemente. El resto, miró hacia otro lado, evitando cualquier tipo de contacto.

Fue desalentador; ni siquiera lo apartado del lugar provocó el acercamiento. No sufrí decepción, y el hecho de llevar a cabo tal investigación, fue más por curiosidad, que para ratificar lo que sabía. Vivimos tiempos de excesivo individualismo.

Momentos después, me hice esta pregunta: ¿Será verdad que nunca estamos mejor acompañados que cuando estamos solos?

Seguí el camino, intentando dar respuesta a tan complicado interrogante. Es cierto que los demás no molestan cuando están apartados. Pero, si reflexionamos, fácilmente comprendemos que, nunca estamos solos; nos acompañan nuestros estados de ánimo, que es tanto como decir: "elementos poco fiables". Son ellos quienes roban nuestra tranquilidad cuando convocan a los fantasmas de la imaginación. Esa tropa de revoltosos, secuestran nuestra atención y nos ofrecen el teatro del mundo, con todas sus representaciones de la irrealidad.

Sin embargo, no podemos apartarnos de lo que somos y pensamos. Pues, cuando se han cumplido muchos años y casi todos los proyectos pueden esperar, porque las prioridades ya no las fija quien paga el salario, es cuando comprendemos, que siempre hemos estado bajo la servidumbre de la vida. Incluso en aquellos casos en que creíamos actuar con plena libertad.

Para ser libres tendríamos que prescindir de lo mucho que tenemos. Pero no hay que entender mis palabras de forma literal. Basta con sustraer nuestra atención de tantas cosas inútiles que nos estorban, y ocuparla en cuestiones que merezcan la pena. Si perdemos la consciencia de vivir, perderemos la vida, porque ese tiempo ya no lo recuperamos.

Además, todo lo que tenemos es con carácter temporal. Nuestras mejores empresas y nuestros mayores logros, tienen fecha de caducidad. Se llama usufructo nuestro derecho. No es posible la propiedad sobre las cosas cuando nos falta la potestad sobre la muerte.

Tendríamos que conocer, con mejores criterios, las condiciones de vivir. Pues, ¿Tiene algún sentido hacer planes para la eternidad, siendo tan corta nuestra existencia? En este fluir interminable, ocupamos un lugar y vivimos nuestro tiempo bajo estas condiciones. Otros vendrán a dilatar la cadena de la vida para mantener actualizado el mundo que conocemos.

De la misma forma que la noche y el día agotan las hojas del calendario, pero no acaban con el tiempo. La vida no termina por los cambios de estado. Es renovación lo que nutre la existencia de todo ser vivo; es evolución, previsiblemente, lo que nos espera. Pero nos duele el tránsito, porque desconocemos a que estación llegará nuestro tren y en qué lugar seguirá nuestro tiempo.

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