OPINIóN
Actualizado 17/03/2016
Elisa Izquierdo

Ese concepto es único en cada individuo, no hay dos iguales, y es eso lo que lo hace llamarse así. Porque no solo está en el arte, en el cine, en el deporte y en la ciencia que nos venden por la tele y las redes. Yo he visto talentos ocultos en muchas esquinas de la ciudad. He visto talentos anónimos en las paredes de calles escondidas, mensajes más nítidos que cualquier campaña publicitaria.

He visto hacer de unas escaleras rotas un castillo, y de un poste oxidado una bandera. He visto que se dibujaban sonrisas entre los edificios de mi ciudad, gracias a un par de colores levantados en medio del sucio gris. También he escuchado. He paseado al son de un violín que sonaba a cielo y se mecía en la mirada de un perro. He notado como cada transeúnte levitaba al percibir esas notas, incluso aquellos que caminaban muy deprisa. Estuve también en otra ciudad muy lejos de aquí, que tengo que mencionar tan solo por la maravilla que era en cada uno de sus rincones. Dublín, otra colección de talentos invisibles. Era un verdadero regalo caminar y encontrar a tu paso guitarras de desconocidos sonando al ritmo de su voz, cada cual tan distinta, tan humilde y abierta al mundo. Y es que eran voces que solo necesitaban oídos, no necesitaban honores, ni recompensas de miles de euros. Solo necesitaban ser escuchadas, valoradas, respetadas, reconocidas, simplemente apreciadas. Ese es el talento puro, el que no está mancillado por la fama excesiva o las modas efímeras. El talento que regala, que no compite. El que llena, y no ataca. El que acaricia la mente y el alma, en todas sus formas posibles. El que se admira pero no se intenta explotar.

Hoy quiero dar las gracias, a todas aquellas personas que han ofrecido al mundo un pedazo de sí mismos y de su naturaleza. Aquellos que nos han hecho llorar de emoción, nos han conmovido, nos han hecho reflexionar hondamente. Única y exclusivamente por su magia, sí, magia. Porque esa es otra forma de llamarlo. Y también es otra forma de decir, que todos y cada uno de nosotros tenemos algo de magia propia. Que no siempre la sabemos ver, a veces son otros los que nos la descubren y otras hace falta tiempo para encontrarla. Pero que hay algo, siempre lo hay. Algo que nadie sabe hacer como tú y que tú no sabes hacer como los demás. No tengáis miedo de enseñar vuestra magia, pero nunca dejéis que se apropien de ella como si fuera algo material, algo intercambiable o sustituible. Porque en ese momento perderá su individualidad y su poder. Solo me queda decir, que por muchos talentos que haya en el mundo, el que a mi parecer es el más difícil y más admirable, es amar. Y que ojalá esas personas que saben hacerlo en su forma más limpia y desinteresada, no dejen de compartirlo con el resto. Porque lo mejor de ese talento, es que es el único que se puede contagiar.

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